martes, 27 de diciembre de 2011

La Ley antiterrorista en la vision de Eduardo Gruner


Una reflexión personal sobre la ley “(anti)terrorista.

Eduardo Grüner

1. Cuando ocurrió el conflicto con “el campo”, en el 2008, una de las consecuencias “íntimas” o “cotidianas” que más lugar ocupó en los comentarios registraba la división (ideológica, política, y aún “actitudinal”) en el interior de las familias, los grupos de amigos, los compañeros de trabajo, los colegas de la facultad, los vecinos, incluso las parejas. Los que hasta entonces estaban afectivamente cercanos se alejaban, y aún se enemistaban. En las reuniones familiares o los cumpleaños se evitaba prudentemente el tema, hasta que alguien no aguantaba más; entonces bastaba el más tímido o alusivo de los enunciados, para que estallara la bronca contenida de uno u otro lado, y ahí “se pudría todo”. Se comparaba ese estallido de las redes que hasta allí parecían indiscutibles con lo que había sucedido durante el primer peronismo, o incluso durante la guerra civil española: una manifiesta exageración, sin duda. Pero exagerada o no, era una interesante micro-sociología a lo Erving Goffman, o algo así. ¿Pasará lo mismo ahora? ¿Soportarán nuestros amigos, colegas, vecinos, etcétera, que les digamos que lo que veníamos percibiendo como “giros a la derecha” aparecen condensados en este verdadero volantazo que ya deja cerca de cero resquicio a la duda? ¿Valdrá la pena, aún así, la discusión? Miguel Briante (alguien a quien siempre recuerdo con enorme cariño) solía decir –creo que citando a Chesterton- que “por un buen chiste, vale la pena perder un amigo”. Pero, claro, esto no es un chiste, ni bueno ni malo. Y, pensándolo bien, tampoco es en nada comparable a lo del 2008. Porque aquello –que algunos pensábamos que era una “interna” de la burguesía- de todas maneras parecía ser en contra de lo que se ha dado en llamar (no por primera vez en la historia) el gobierno nacional y popular. Esto no. Esto viene del gobierno nacional y popular.
2. El gobierno nacional y popular tiene ahora, para empezar, y entre muchos otros, un problema “semántico”: ¿puede ser “nacional” un gobierno que resigna su soberanía nada menos que para dictar leyes, sometiéndose a las presiones de un organismo económico internacional como el GAFI, comandado a control remoto por el Imperio? ¿puede ser “popular” un gobierno que propone leyes “antiterroristas” que, en manos de jueces conservadores o simplemente desaprensivos, podría castigar con severas penas de cárcel a unos obreros que ocupen una fábrica, unos campesinos que protesten por la contaminación de la minería a cielo abierto, unos maestros que instalen “carpas blancas” demandando aumento de salarios? ¿se puede seguir diciendo que un gobierno que hace eso no “criminaliza” o no “judicializa” la protesta social? La réplica de que la ley introduce una cláusula explícitamente aclaratoria de que ella no está hecha para eso no resiste el menor análisis, y además insulta nuestra inteligencia: si hay que aclarar eso ¿para qué se incluyó la duda en primer lugar? Si la ley está hecha únicamente para los delitos económicos de las grandes empresas concentradas, o lo que fuere, ¿por qué no se dijo eso clara, directa e inequívocamente desde el principio? La respuesta no puede ser más que una: unas cosas hacen pasar las otras. A los representantes “populares” que la han votado –y cuya obsecuencia ha sido realmente vergonzosa, precisamente porque son representantes “populares”- se les sirvió en bandeja una coartada , bajo el argumento de que la ley contiene también cláusulas presuntamente “progresistas”. Para colmo, se la hace pasar en voz baja, poco menos que “traspapelada” entre otras leyes dizque asimismo “progresistas” (el estatuto del peón rural, papel prensa). Mientras tanto, por supuesto, en las cláusulas “puramente” económicas se siguen evitando cuidadosamente medidas realmente progresivas –que no es lo mismo que “progresistas”-, como sería una serie de profundas reformas financieras, fiscales e impositivas (¡no digamos, Dios mío, una reforma agraria, ya que de “ruralidades” hablamos!) que podrían hacerse perfectamente sin “patear” ningún tablero ni flamear banderas rojas, o siquiera rosaditas desteñidas; ¿cómo se explica que –en una situación de infinita mayor debilidad que la actual- el gobierno, como no deja de refregársenos por la cara constantemente, pudo bajar el retrato de Videla, rechazar el ALCA o reestatizar las AFJP, y después del 54 % se produce este grandioso retroceso ? ¿O será que no es ningún “retroceso”, sino la tan mentada profundización del “modelo” (que profundiza, por ejemplo, la ya bastante siniestra ley antiterrorista del 2007)? Lo de los “representantes populares” no es ninguna broma: hay entre ellos –y ellas- antiguos luchadores por los que, más allá de diferencias políticas, podíamos guardar algún respeto. Ya no. Ver a esas personas (con alguna de las cuales varias veces hemos tomado café, o cenado, o conversado, o discutido) votando afirmativamente esta barbarie, eso es de por sí “terrorífico”. Este es, como se dice, un punto sin retorno. Qué lástima. Para mí, digo, no sé si para ellos.
3. Pero los problemas “semánticos” continúan. Usar una palabra como “terrorismo” en un país con la historia reciente de la Argentina, ¡hay que atreverse! Quizá haya sido finalmente eso (entre muchas otras cosas, se entiende) lo que ha decidido a personas con posición política tan inequívoca como Horacio Verbitsky, Mempo Giardinelli o el juez Zaffaroni , a manifestar su enérgica oposición a la ley. Ni qué hablar, como era dable esperarse, de todos los organismos de DDHH (con la excepción, hasta ahora, de Hebe). La enorme ironía –habría que decir, más bien, sarcasmo – es que este gobierno, que se precia con razón de haber impulsado tantos juicios por crímenes de lesa humanidad, sólo había empleado el término “terrorismo” para hablar del… terrorismo de Estado . Habría mucho que decir sobre esta verdadera perversión lingüística que viene a sumarse a la legal, invirtiendo el uso de palabras “sagradas”: hasta ahora, los “terroristas” eran ellos (Videla y Cía.), ahora podemos serlo también nosotros , casi cualquiera. Sobre todo cuando –como han insistido todos los que se oponen a la ley, incluidos los simpatizantes del gobierno- el contenido semántico de la palabra es por lo menos “difuso”. Y esa “difusión”, esa indeterminación, esa “incerteza”, es el fundamento verdadero del Terror. En alguna parte, Hanna Arendt habla de la diferencia entre los campos de concentración nazis y los franceses de Vichy. En los primeros, es sabido, se cosía una estrella amarilla en el uniforme a los judíos. Eso servía para fracturar la solidaridad: los otros prisioneros –gitanos, comunistas, opositores políticos, lo que fuera- sabían que los de la estrella estaban peor que ellos, si eso era posible (y lo era). Los franceses, en cambio –siempre tan cartesianos y atentos al valor de los signos- cosían en el uniforme de sus prisioneros muchas diferentes imágenes arbitrarias sin sentido preciso. Ya no se trataba entonces de la fractura, sino del estallido de la solidaridad: cualquiera podía estar peor que yo, o yo peor que cualquiera. Así funciona el Terror: cuando no se sabe exactamente cuándo nos va a tocar, y por qué. Así funcionó durante la dictadura de esos que, hasta antes de ayer, eran los terroristas (estatales). Pero ahora no estamos en dictadura. No es un gobierno nazi. Es el gobierno “nacional”, “popular”, “democrático” y “progresista” de los Derechos Humanos. Nos lo van a tener que explicar. Muy despacio y con mucha claridad.
4. Nos van a tener que explicar, muy despacio y con mucha claridad, pero ahora , e imperiosamente, cómo es que esto era necesario ahora . Cómo es que era necesario, con la fuerza del 54 % de los votos, someterse sin discusión al mandato de ese Imperio siniestro que –los que votaron a altas horas de la noche, casi en la clandestinidad, rapidito para no “hacer olas”, no ignoran esto; al contrario, lo han denunciado muchas veces, y eso hace más insoportable lo que hacen ahora-, ese Imperio siniestro, decíamos, usó y sigue usando la palabra “terrorismo” para justificar verdaderos genocidios como los cometidos en Afganistán o en Irak, y antes en Vietnam, en Nicaragua, en Chile, en la Argentina. Nos lo van a tener que explicar muy cuidadosamente a todos los ciudadanos argentinos, pero muy particularmente, en este caso, a los que en su momento, equivocados o no (y ahora, lamentablemente, sabemos que sí), salimos a defenderlos contra la soberbia “destituyente” del “campo”, y sin ahorrarnos nuestras críticas ni identificarnos irreflexivamente con un gobierno al que no habíamos votado, del cual sabíamos desde siempre cuáles eran sus límites y sus posibilidades, sin embargo privilegiamos la necesidad de posicionarnos contra lo que considerábamos “lo peor”. Pero, sobre todo, se lo van a tener que explicar muy claramente a los que desde el principio confiaron , y trabajaron arduamente para llevarlos al poder, para transformarlos en sus representantes. A todos esos jóvenes honestos de la “nueva militancia” con los que se llenan la boca. A los obreros, los piqueteros, los miembros de los movimientos barriales, los pobres, los “tercerizados”, que a veces pusieron el cuerpo por ellos , y que si ahora cortan una calle podrán ser considerados “terroristas”. Y no sabemos si no correrán algún riesgo los miles que fueron espontáneamente al velorio de Néstor o a los festejos del Bicentenario, cortando muchas calles. Y no es que el terrorismo no exista, no somos ingenuos: es algo de lo que siempre estuvimos enfáticamente en contra, porque considerábamos que ninguna vanguardia iluminada que ejerciera la violencia indiscriminada, con el riesgo tantas veces realizado de masacrar inocentes, iba a “liberar” a ningún “pueblo”. Que esa era una tarea del propio pueblo, de las masas trabajadoras organizadas y en conjunto. Que “sólo el pueblo salvará al pueblo” (una antigua consigna peronista ¿la recuerdan?). Todo esto lo sabíamos. Pero ya no lo sabemos más. Porque ya no sabemos qué quiere decir “terrorista”. Esos votos nos han quitado hasta el lenguaje . Y, como advertía Freud: se empieza por ceder en las palabras, y se termina entregando todo . Nos lo van a tener que explicar.
5. Que se nos entienda bien. Esas “explicaciones” no se las estamos exigiendo al gobierno . Eso sí que sería una flor de ingenuidad. No. Se las estamos exigiendo a nuestros “representantes” (porque son nuestros aunque no los hayamos votado ni nos sintamos “representados” por ellos), muy sobre todo a aquellas ex militantes de la “patria socialista” y aquellos ex comunistas, que tienen compañeros desaparecidos, asesinados, torturados, secuestrados, arrojados de los aviones… por “terroristas”. Ellos ya no están en condiciones de pedir explicaciones. ¿O sí? ¿No se las deben, por lo menos, a su memoria , que tanto les gusta honrar en los actos oficiales, como en ese acto oficial en que honraron a las Madres de Plaza de Mayo media hora antes de entrar al recinto del Congreso de la Nación (aunque ahora nos preguntamos de cuál) a votar este mamarracho –así lo llamó Zaffaroni, pero se olvidó de agregar:- monstruoso ? A ellos se las estamos exigiendo, e incluso por su propio bien. ¿O necesitamos una vez más caer en el ya cansado sentido común de recordarles el viejo poema de Brecht (“Primero vinieron…”)? ¿No se dan cuenta del potencial instrumento que acaban de poner en manos de este o de cualquier gobierno futuro, y del que no pueden garantizar que se les vuelva en contra a ellos mismos? Porque podrán decirnos –aunque quién sabe con qué argumentos, a esta altura- que este gobierno no va a usar “mal” ese instrumento. Pero entonces, ¿para qué lo quieren? ¿Para el próximo, que podría ser, por ejemplo, Macri? Y si están confiados en que el próximo va a ser del mismo signo que este, que “no reprime”, entonces ¿para qué? ¿Nos toman por idiotas? A ellos se las estamos exigiendo, las explicaciones. Se las estamos pidiendo, también, a los intelectuales progresistas que saben recitar a Benjamin, por ejemplo aquello de que “si el enemigo sigue ganando, ni los muertos van a estar a salvo”. Y que ahora se están dando cuenta –suponemos- de que no, no están, los muertos, a salvo. No están a salvo, ya, aquellos desaparecidos, etcétera. No están a salvo los muertos del 19 / 20 de diciembre del 2001 que –porque el círculo de perversiones no parece tener fin- fueron conmemorados “oficialmente” el mismo día que se votaba esto. No están a salvo Kostecki y Santillán, ni Julio López, ni Luciano Arruga, ni “los Ferreyra” (Mariano y Cristian), ni los qom , ni los del Indoamericano, ni los campesinos jujeños del Ingenio Ledesma. Tampoco están a salvo esos queridos, llorados, amigos y maestros que podrían habernos ayudado a encontrar esas explicaciones: León Rozitchner, David Viñas, Nicolás Casullo, tantos otros. Todos, pero para este caso especial León, para quien el Terror era justamente uno de sus temas que más le desgarraban el pensamiento. Muertos, están, todos ellos; pero no a salvo de que –porque la ley no tiene efecto retroactivo, pero el lenguaje sí- ahora sean todos ellos 

Carta abierta. Hay censura y disciplinamiento en el CONICET


Los científicos y los medios Hay censura y disciplinamiento en el CONICET.

A partir de la nota firmada por el Vicepresidente del Asuntos Científicos del CONICET Dr. Faustino Siñeriz, recibida el 2 de diciembre del 2011, una preocupación se instala por su significado y las posibles implicancias (ver la nota adjunta en pdf).
Por lo cual, y antes de accionar según conveniencia, con el objeto de tener una mejor comprensión de la inusitada comunicación acerca del "concepto rector", definido respecto de la comunicación de los investigadores con los medios, es imperioso que el autor intelectual y el nivel de decisión donde se originó explique los alcances con ejemplos prácticos de lo que se considera "opinión o declaración institucional", y cuales son las restricciones especificas para la interacción con los medios de comunicación. Por ejemplo, si significa que en el marco de una opinión el investigador estará restringido de firmar con su filiaciones académicas
Se debería entonces hacernos saber bajo qué disposición constitucional se enmarcan las restricciones anunciadas. Así como quien juzgara el no cumplimiento de las mismas y las consecuencias si no fueran acatadas. En el convencimiento que toda restricción de la palabra es repudiable y que ligar la opinión a la tenencia o no de personería jurídica, no es aceptable en el marco democrático.  
No queda claro si la restricción incluye opiniones sobre: a) el funcionamiento institucional, b) los procesos de evaluación, c) los ordenes de méritos, d) la política de distribución de becas, e) el cuestionamiento a dictámenes de evaluación que siguen siendo tensados por opiniones ideológicas f) opinión acerca temas específicos o de impacto social que desafíen la “visión oficial”. De hecho, no hace mucho tiempo, hubo un acto de censura -en la Feria del Libro- decidido por el directorio del CONICET sobre la divulgación pública de investigaciones sobre efectos de agroquímicos debido a lo “controversia del planteo y a la sensibilidad oficial acerca del tema tratado”
La nota se hace abstracta ya que la opinión de ningún investigador no representa la opinión del CONICET. Solo se expresan como miembros pertenecientes a la institución, sin involucrarla,.
En consecuencia se espera que el CONICET se abstenga, porque no le compete, de tener "opinión institucional" exclusiva sobre aspectos de la política del sector y sobre las opiniones de sus investigadores sean científicas o políticas. Convendría que se concentrara en la calidad y transparencia de la gestión, donde todavía hay mucho para hacer. Además sería sabio, por parte de la conducción institucional, no funcionar como un instrumento comisionado para dirimir discusiones ideológicas o interpretativas sobre temas “sensibles” de acuerdo a conveniencias, oportunidades o alineamientos.
Hay algo aún más preocupante. Al asociar el derecho a opinar con personería jurídica, instala la idea de la construcción de un "sentido oficial de la ciencia" inaceptable en un ámbito académico. Por otra parte que una institución de evaluación y promoción científica como el CONICET se reserve el derecho a opinar sobre temas determinados es un despropósito porque podría ser interpretado como una proyección del poder político de turno y una situación inadmisible, ya que no es función del CONICET inmiscuirse con hipótesis o conclusiones sobre impacto posible del conocimiento. Si así lo hiciera resultaría en una ofensa a la pluralidad ideológica.
Las advertencias presentes en la nota firmada por el Dr. Siñeriz, podrían interpretarse como un disciplinamiento dirigido a cercenar la diversidad en la discusión de potenciales temas controvertidos. Temas que como señala de Suosa Santos el conocimiento son una tensión entre la elección entre el camino a la emancipación y el orden regulatorio que clausura la diversidad, la solidaridad y el pensamiento critico. Por eso la clausura del debate sobre el rol de la tecnociencia en los modelos de desarrollo y los efectos en su interfase con la sociedad anuncia un conflicto en ciernes que comienza a afectar el ejercicio del pensamiento crítico.
Es contradictorio que desde el oficialismo, el revisionismo histórico critique los estudios historiográficos ligados a investigadores del CONICET por un cientificismo universalista y neutralista que rechaza el encuadre epistemológico impulsado por el flamante Instituto Manuel Dorrego, mientras por otro lado fortalece un cientificismo productivista fundamento del neoliberalismo que legitima el modelo neodesarrollista, extractivista y extranjerizante.
Esta confrontación de relatos que conciernen la colonialidad no son patrimonio del estudio de la historia. También el sentido colonial que quizás con más fuerza se expresa en la tecnociencia, debería ser revisado a la luz de sus efectos sobre el proceso emancipador de los pueblos, en la etapa actual del capitalismo.
Un par de reflexiones adicionales. Es evidente la falta de “indignación” de considerables sectores de la comunidad científica ante una nota que en otro momento sin alineamientos sumisos y acríticos, hubiera suscitado la “ira” de la comunidad científica. Está claro que transitamos  “extraños” y “oportunos” tiempos de silencios cómplices. A pesar del discurso hegemónico es evidente que la ciencia no es sinónimo de conciencia.
Podría pensarse que algunos funcionarios consideran que el 54% de los votos les amplía el derecho a desplegar conductas de autoridad hasta ahora no vistas. Y también preguntarse si desde el ministerio de Ciencia y Técnica -tan adepto a compartir sus exclusivas como extrañas opiniones que nos sorprenden con sus distópicas concepciones sobre modos y sentidos de la ciencia y la tecnología- no se debería pedir la renuncia al funcionario, que al servicio de la uniformidad del pensamiento,  genera dudas acerca de las condiciones en que desarrollaremos nuestra tarea y compromisos sociales en el futuro.   

Andrés Carrasco
Investigador Principal. Profesor UBA
ex Presidente del CONICET.

martes, 20 de septiembre de 2011


Ciencia refundación y mito de la modernidad en la Argentina

“Es necesario que ofrezcamos a los pueblos a la posibilidad de que trabajen felices, con un grado suficiente de dignidad, para un progreso técnico y científico de la humanidad, que quizás no sea tan grande como el que ha venido asegurando el capitalismo, pero por lo menos, que no sea sobre el sacrificio de nadie. Pueblos felices, trabajando por la grandeza del mundo futuro, pero sin sacrificios y sin dolor. Que eso es lo humano, que eso es lo natural y que es también lo científico”. (J. D. Perón, 1949)


Cientificismo y productivismo


El modelo cientificista-productivista actual, es solo una variante del positivismo europeo, que desconfiando del Estado dirige la mirada al mercado se subordina a él pregonando su centralidad en el “progreso” con la falacia de la sociedad del conocimiento. En esta versión productivista, el marco epistemológico y la inversión de la lógica, están aun mas atados a los grandes centros internacionales de ciencia controlados por las corporaciones privadas que en los 70s. Entonces el paradigma actual de la dependencia, no es solo la ideología de una ciencia ontologizada que negaba la política como valor ordenador. La globalización capitalista, al controlar el Estado hace que la predicción y la decisión política estén subordinadas epistémicamente, donde  el “para quien” tiene que ver con el fortalecimiento de los valores capitalistas que lesionan indubitablemente la soberanía nacional. La naturalización de estos valores, en el proyecto político no lo hace “humanista ni nacional y popular” ya que aquellos emanan desde y para el mercado y el Estado funciona como polea de transmisión de los intereses privados de los grupos concentrados.
El presupuesto nacional 2011,destinado para toda la actividad científica es de casi 6000 millones de pesos. De ellos el CONICET recibe 1500 millones, que eroga 110 millones por mes en salarios para 17.000 investigadores, técnicos y becarios. Por su parte, el Ministerio de Ciencia e Innovación Productiva administra 1000 millones de pesos por año. Su Agencia de Promoción (ANPCYT), aprobó la financiación de tan solo 823 proyectos científicos sobre un total de 2315 presentaciones, con un monto total de 54 millones de pesos anuales. De esta forma, 1492 proyectos (es decir el 65%) quedaron desfinanciados por este organismo. Vale decir que la ANPCYT utilizó sólo el 5.5% del presupuesto del Ministerio (o sea, el 0.9% del presupuesto nacional total) para financiar proyectos de investigación. 54 millones representan el 80 al 90% de todos los fondos disponibles que sostienen la actividad científica del país (ver presupuesto en la página web del Ministerio). Muchos de los 1492 proyectos no aprobados tienen calificaciones que difieren en centésimos, algo inaceptable para discernir con justicia la financiación o no de un grupo de investigación. Seguramente, un incremento del 20% de fondos habría aumentado en un 10 o 20 % los proyectos financiados, atemperando la injusticia de quedar afuera por centésimos. Estas distorsiones  no son por falta de presupuesto, como lo admite el propio ministro. Representa una lógica que se dispone constituir una meritocracia permeable al relato oficial que construye sentido en el desarrollo científico (poder) concentrando progresivamente  los recursos e infraestructura en selectos grupos de investigación e instituciones, para constituir “pooles de ciencia” dóciles a la política oficial.
En los 60-70, el cientificismo fue el paradigma discutido en el libro Política y Cientificismo de Oscar Varsavsky, que introdujo la primera visión crítica sobre el compromiso de la ciencia con la sociedad. Su reflexión giraba alrededor del colonialismo en la generación de  conocimiento científico y una critica a la dependencia de los estamentos académicos y científicos.  Luego las dictaduras y el aluvión neoliberal que se extendieron hasta fines del siglo XX se encargaron de la destrucción sistemática para imponer políticas pregonadas por el FMI, Banco Mundial, BID y el consenso de Washington, que sostenían que la educación y el conocimiento debían ser considerados bienes transables, regulados por y para el desarrollo económico del mercado, y que apuntaban a quebrar todo rastro de pensamiento crítico residual y emancipador que pudiere haber sobrevivido. Así llegamos al punto culminante del exabrupto de mandar a los científicos “a lavar los platos”, la frase que mejor sintetiza el neoliberalismo de los 90. Sin embargo, en esta etapa neoliberal del productivismo científico, el capitalismo necesita instrumentar un control panóptico del conocimiento. El panóptico vigila desde el centro del dispositivo de poder con matices, pero reprimiendo todo pensamiento autónomo. El panóptico se rediseña todo el tiempo de acuerdo con las necesidades del corporativo transnacional. No destruye instituciones sino que las coloniza o alquila, mientras el Estado –residual- asegura la transferencia de la propiedad y uso de los saberes al sector privado. En este contexto, el financiamiento de la ciencia no se propone garantizar la creación científica y la consolidación institucional del espacio académico crítico con sentido social, sino que financia la construcción de un relato cuyo significado simbólico afiance el paradigma mercantilista y elimine el debate crítico, alentando la autocensura ante posibles represalias. El panóptico también comienza a mostrar aspectos del relato en construcción como las normativas sugeridas por el CONICET como la de incorporar normas IRAM en los procedimientos de investigación,  las “recomendaciones” elaboradas por el Comité de Ética del Ministerio de Ciencia que tienden a vigilar y castigar, la conducta del científico respecto de su producto, ya en su divulgación o invirtiendo el principio precautorio, intercambiando perversamente los planos éticos con los políticos o la creación de una carrera de gestor de ciencia y técnica, futuros gerentes de la transferencia al sector privado.

La modernidad argentina refundada


La creación del Ministerio de Ciencia y el incremento de presupuesto son hitos importantes en la valoración social de la actividad científico tecnológica, pero entendemos que esto es insuficiente para definir una política que desafíe y supere el modelo neoliberal de producción de conocimiento.
La Ciudad de la Ciencia, en las Bodegas Giol, nuevas sucursales de institutos extranjeros la internacionalización de las universidades o la feria Tecnópolis, con costos de cientos de millones de pesos, expresan ese paradigma. Paradigma que requiere sostener el pensamiento único y de élites funcionales a un modelo neodesarrollista que aspira a “exportar conocimientos y no solo granos”, como si fuera posible convertir a la Nación en la unidad de negocios de las transnacionales donde los científicos ya no lavan platos pero son sin embargo impulsados a producir conocimiento “útil” para “venderlo como cerveza”. El gobierno y la elite científica oficialista, autorreferencial y dispuesta a celebrar representaciones “hollywoodenses” y de “prestigio autóctono” con metáforas futbolistas y marquetineras, evitan el debate sobre el estado de colonización tanto del modelo como del episteme que sostiene el saber científico hegemónico. La sombra del poder y la autosatisfacción parecen acallan la conciencia crítica.
La comparación de Tecnópolis con la Feria de las Naciones de Paris para la celebración del centenario de la Revolución Francesa de 1879 podría ser una exageración oficialista con fines electorales. Sin embargo, es más grave. Es parte de un convencimiento que se propone fundar una  “modernidad argentina”, justo cuando la modernidad, perdido su costado emancipador de origen muestra grietas que harían imposible el festejo en los países centrales. Es una suerte de “sofismo de lo inevitable” al naturalizar una racionalidad ineludible, que despolitiza y finalmente inventa la verdad.
La crisis, digámoslo de una vez por todas, es de la “modernidad”. No se trata del fracaso de un modelo económico, sino del agotamiento de la concepción de mundo, de un modelo civilizatorio que bien describió Galeano, basado en la concentración transnacional para la exclusión y el saqueo. Es la crisis del capitalismo. Entonces, pensar que se puede refundar la “modernidad” en la periferia con las mismas premisas es ingenuo, ya que asume que se puede hacer una tortilla distinta usando la misma sartén mientras siglos de ilusión civilizatoria se escurren entre los dedos europeos. Originalmente, el sistema-mundo de la modernidad construyó conocimiento para fundamentar en su expansión. Para ello separó la ciencia de la filosofía y la política produciendo un quiebre epistemológico que  hace “neutral” el conocimiento y tecnocratiza la decisión política deshumanizándola y alienándola Esta separación constituye el centro medular de la idea de  progreso capitalista eurocéntrico. Es hora de decir que el paradigma baconiano de conocimiento es poder de controlar la naturaleza es en realidad un poder de algunos hombres sobre los otros con el conocimiento de la naturaleza como instrumento.
Pero más grave. Creemos que somos menos giles que sus inventores y que con los mismos capitales y el mismo formato podremos competir y hasta vender recetas a Europa, sin desmarcarnos del poder globalizador. La transformación desde adentro del capitalismo y el pensamiento único. Una vuelta más en el marco ideológico que sostiene el gobierno al recurrir al carrusel ferial es pensar que en la celebración del conocimiento resuelve los conflictos de la modernidad (izquierda vs derecha, trabajo formal vs trabajo esclavo, incluidos vs excluidos, uso de los recursos naturales) con la simple invocación a la voluntad, domesticando el debate y evitando la reflexión sobre lo que significó la modernidad en los países coloniales. Negando las contradicciones, simplifica, despolitiza y cambia sentidos con un relato que preforma significados para hacer que las toneladas de hierro y acero de la Eiffel de 1889 sean los láseres y robots importados. Crear en medio del tsunami un clima de optimismo suena a nostalgia, mucha exageración y poco pudor.

Los dos modelos 


Tecnopolis funciona virtuosamente como entretenimiento y muestra de logros de un modelo desarrollista de hace 70 años, pensado para otro momento de la historia de nuestro país y otra distribución de poder mundial. El Pulqui, el Rastrojero, la industria automotriz, la industria aeronáutica y metalmecánica, los comienzos de la energía nuclear, el desarrollo de los ferrocarriles, el control de los recursos minerales, energéticos y acuíferos respondían a las necesidades un desarrollo autónomo. Eran parte de una forma de organización social de justicia y dignidad y de inclusión social que se basaba en la decisión soberana que desafiaba la dependencia de las potencias de posguerra. El sentido expresado en Tecnópolis está lejano de aquel irrepetible modelo del los 50. En aquel momento se denunciaba la hegemonía capitalista y la lucha era una confrontación con el sistema mundo bipolar para construir un desarrollo autónomo diferente. Hoy el desarrollo no conlleva la idea de emancipación, es meramente una detumescencia de la tecnocracia salvacionista. La extracción y exportación de oro paso del 2002 al 2010 de 1 a 2 millones onzas engrosando las reservas de ese primer mundo que cruje, por valor de 613 a 4900 millones de dólares que en los últimos 4 años fueron a los bolsillos de las empresas transnacionales. Más allá de la ecuación económica y la discusión sobre regalías, entregar nuestras reservas de oro y petróleo en estos momentos, no parece ser una decisión adecuada para la soberanía, ni algo que recordemos sucedía en los 50. Tampoco es prudente enarbolarla como sino del progreso y el desarrollo.
En esa “ilusión”, la celebración de Tecnópolis, oculta la distancia y el quiebre ideológico que existe entre aquel desarrollismo que intentaba abrir un rumbo distinto, tercerista, y este de actitud resignada ante la globalización y la transnacionalización de la política, la economía y la cultura, y una necesidad de “pertenecer” al mismo club de aquellos que abortaron aquel proyecto de Nación en los 50. Las células madres, las semillas transgénicas, los satélites financiados por la NASA que controlan nuestros recursos, la tecnología nuclear, están lejos de los sentidos de aquella época. Constituyen un modelo de ciencia y tecnología –y por lo tanto de desarrollo- que nos propone una epifanía positivista que se consume en el seno de un capitalismo que transita su época más oscura. Ingenuo es pensar que aun resignados nos van a dejar entrar en el banquete de las grandes ligas. Aun asi con un registro profético del futuro tecnológico, el discurso oficial, avizora un mundo culto y emancipado por el apilamiento de notebooks en red y su entusiasmo por el “capitalismo cognitivo” perfectamente anunciado en la última carroza del Bicentenario, como lo señalara oportunamente Norma Giarracca. Intenta angelar la ciencia, encantarla como forma de ocultar la ausencia de inocencia en el conocimiento. Pretende ignorar que éste no existe separado de la historia, de los cambios que lo determinaron, y por lo tanto de la disputa de poder, de la dominación e incluso de la muerte, de la guerra y del hambre de los pueblos. Se celebra el saber científico como si este no surgiera en un lugar y tiempo determinado y con un propósito definido. No se dice que el sentido que condujo la investigación de la fisión del átomo fue el desarrollo del arma nuclear. Luego vinieron los isótopos y usos pacíficos de la fisión nuclear. La biotecnología, excusada en la mejora genética esconde la inmanente oscuridad de la eugenesia de la naturaleza con sus proyectos genómicos e inventarios de especies existentes o la genética sintética pregonada por Craig Venter, todos pensados desde y por el capitalismo con el fin de controlar la vida, la evolución y los recursos a través de mecanismos de apropiación de la naturaleza. Que no es precisamente el objetivo de mayor bienestar y la erradicación del hambre en el mundo. De hecho, estamos peor, el hambre no se redujo y la lucha por los territorios en el planeta se hace cada vez mas feroz.
La respuesta Argentina es moverse en el modelo de globalización para ser montando en vez de ser el granero del mundo a ser la góndola del mundo emulando la versión siglo XXI de la generación del 80. Hoy como ayer aceptamos el rol asignado por las transnacionales proveer recursos no renovables sin medir el costo a futuro de su saqueo. Ser socio de un modelo de agronegocios que basado en tecnología insana y poco segura no constituye un proyecto emancipador y soberano sino todo lo contrario. Solo habría que repasar el Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo  de Juan Domingo Perón, (Madrid, 21 de febrero de 1972) para darse cuenta que lejos estamos de preveer el futuro de nuestros hijos.
Con esto no se desafía aquí el hecho y derecho del hombre de conocer la naturaleza con el instrumento científico y usarlo para su bienestar , sino al paradigma de sentido que le da forma y genera el saber y el desarrollo y ordenamiento disciplinar que lo hace posible. Lo que se intenta es poner en debate la legitimidad de un paradigma que promueve la apropiación de la naturaleza para patententarla o reemplazarla cuando como nunca los bienes que sostienen la vida y la construcción social están siendo rápidamente agotados por el mal uso del sistema mundo capitalista.
En la Argentina desde 2003 al 2011, las 500 primeras empresas transnacionales han aumentado en un 10% su participación de la economía y con ello, el control extranjero de nuestra economía (Eduardo Anguita, Tiempo Argentino, Editorial, 14 junio 2011). ¿A eso lo llamamos inserción en el mundo? ¿Se puede convocar solo desde la ciencia y la tecnología al futuro? El reduccionismo del discurso convocante transita por lugares ambiguos. El desarrollo de la ciencia y la ideología del momento construyen los sentidos que marcan el devenir de las disciplinas y el significado del conocimiento producido. Como cualquier producto humano, la ciencia, nunca pudo escapar a ese cerrojo. La actual celebración del instrumento científico no “derrumba estrepitosamente los paradigmas que colonizaron culturalmente a la región y a nuestro país”. Más bien, fortalecen esos paradigmas en tanto no sean reformulados desde otro lugar externo a la ciencia  en las premisas actuales de la política, la ciencia y tecnología, cuando se enuncia como fundamento del bienestar social.

El futuro


Por eso es deseable que la sociedad se apropie del espacio público donde ese conocimiento es expuesto, pero también es necesario que se apropie de la discusión de sentido y pregunte de dónde viene y a dónde va ese conocimiento que construye armas, contaminacion y control de vida y no quedar detenidos solo en el reflejo de una imagen construida. Porque seria deseable –y sin duda más útil para el ciudadano- que al explorar el para qué y porqué del origen del conocimiento, y entendiendo su relación con el poder global, comience a debatir su devenir histórico e ideológico, interviniendo en la discusión de los costos que implica su adquisición y su uso.
Si una política científica emancipadora debe apuntar a la construcción de contenidos que busquen el bienestar del pueblo partiendo de sus necesidades y cuidado de su futuro, hay muchas preguntas que deben ser contestadas en el trayecto emancipatorio. Cómo se define el bienestar en el modelo presente, cuál es el impacto social y económico y sobre la calidad de vida, qué efectos tiene sobre el mundo del trabajo, la seguridad y la soberanía alimentaria. Dónde están los criterios autónomos de apropiación del conocimiento y la protección estratégica de nuestros territorios que permitan navegar un planeta cada vez más necesitado de espacio desaloja vida, ávido de controlar los recursos que una modernidad agotada. No hay  gesta emancipadora en la producción de saberes a medida del mercado global. Es ingenuo pretender que Tecnópolis sea el símbolo de un relato o mito fundante de una modernidad que ya fracasó en su centro. Porque aunque tenga una patina neo-desarrollista tardía, la sartén sigue siendo la misma. Sería tiempo de comenzar a pensar lo más importante. Que mundo queremos y podemos tener y cuál es el rol de la ciencia y el científico en ese mundo, mas allá de insistir copiar modelos que nos dominaron durante 400 años . Paradojalmente mientras la democratización de la ciencia, la independencia del científico y la participación de la sociedad en la comunicación es un debate que circula y crece en el mundo de los pueblos excluidos, aquí enmarcamos el conocimiento con criterios hollywoodenses.
En síntesis las instituciones de la ciencia argentina abren sus puertas y ceden ante la extranjerización de la decisión política, incrementan el panóptico del mercado mediante la concentración de prestigio y recursos en los “pooles de ciencia” y profundizan la internacionalización y mercantilización del conocimiento, tanto en el desarrollo de proyectos como en las modalidades y usos institucionales que dispersan el pensamiento autónomo. Por lo tanto. “la colonización científica de criterio, de prestigio, valores e ideales que están dados por patrones exteriores aceptados sin análisis por puro seguidismo e imitación” (Varsavsky, 1968) sigue su marcha. ¿Será soportable la intemperie del poder, la incomodidad de la confrontación o la renuncia a privilegios para pensar en la emancipación recuperando el sentido de nuestro futuro? ¿Cómo hacer que los biólogos moleculares dejen de jugar a los dados con la naturaleza y de vender espejos de colores? ¿Cómo hacer que los científicos recuperen en los contenidos y modos de conocer la naturaleza el espacio para desafiar la idea de “progreso” instalada por la globalización con nuevos modos coloniales? Este es el desafío. Decía Rodolfo Walsh: "El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país, es una contradicción andante y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto, pero no en la historia viva de su tierra".

Andres E. Carrasco. Profesor UBA. Investigador Principal CONICET.

domingo, 12 de junio de 2011

Reduccionismo biologico y politica

Craig Venter, zar del genoma humano, del patentamiento de la vida genética y más recientemente “creador de vida”, vaticinó en el año 2000 que el siglo XXI sería el siglo de la tecnología. Los avances científicos serían la clave en la solución de conflictos sociales y políticos mediante el control de la conducta humana. Esta visión reduccionista y también salvacionista desde la genética, esconde una revisita de ideas neo-eugenésicas de control social.
En una versión orwelliana de la convivencia, Venter refleja una concepción del mundo y del porvenir de la humanidad que conduce a la deshumanización del conocimiento. Reemplaza al sujeto por la técnica y rompe con el sentido originario del conocimiento en la modernidad que buscaba la transformación social con su ideal de justicia y libertad acoplada a la de desarrollo humano.
El ministro Barañao adhiere a esta posición ideológica. Con una fuerte impronta de reduccionismo cientificista con aderezos productivistas, su discurso en un reciente Congreso de Psicología ha presentado a la ciencia como una actividad humana, no sometida al contexto histórico, al marco ideológico ni a las tensiones del poder, soslayando su poder devastador. Para el ministro, la ciencia es sinónimo de neutralidad y un relato externo al poder y la cultura, una actividad esencialmente honesta y sin contradicciones, destinada a “proveer” cual maná las soluciones para el bienestar de los hombres.
Para ello mencionó diferentes estudios “científicos”. Describió como la evolución estructural del cerebro humano está moldeada por la relación de enemigo-amigo y por lo tanto, la conducta humana está signada por dicha relación de confrontación. Señaló que experiencias con registros eléctricos cerebrales sugieren que la tortura existe como una tendencia biológica inherente a la conducta humana y no como una compleja y por cierto perversa construcción del poder. Se entusiasmó con la existencia de zonas del cerebro asociadas a la decisión, económica y política (neuroeconomía, neuropolítica) o con los memes, las unidades genéticas de transferencia cultural de Richard Dawkins, quien ha sabido extrapolar la conducta humana desde la organización social de las hormigas. En ningún momento hubo una idea reflexiva o valorativa del significado o la ideología subyacente sobre estos ejemplos. Si todos estos experimentos y argumentos más ideológicos que científicos no hubieran sido ya discutidos largamente por eminantes colegas como Jay Gould o Richard Lewontin, sería necesario refutarlos. Quizás debemos dejar esa tarea al Ángel Gris de Flores, quien sostiene que el hombre es un mono disidente y por lo tanto no obedece a determinismos esgrimidos por grises refutadores que buscan consensos silenciadores.
Su argumento estuvo dirigido a celebrar lo que él cree es el logro más importante del hombre y asignarle un valor ético político cuando dice que “si queremos llegar a una convivencia pacífica como especie, ni la religión, ni la cultura darán la solución. Lo único que permite el entendimiento entre individuos, más allá de sus creencias es la ciencia y la tecnología”. La validez de la política, la ideología, el poder, la dominación de los cuerpos, los valores, el colonialismo quedan sometidos a un sistema de verificación científica.
Esa sobrevaloración de la determinación y racionalidad omnipotente tiene un objetivo central: suspender la política proponiendo la solución técnica como un mediador para la “convivencia pacífica”. Ya no es la política y su racionalidad del conflicto, es la biología y sus promesas de avatares novedosos que vendrán a saldar lo que la política, aparentemente, no ha podido resolver. Así, la tecnociencia, que supuestamente viene a acabar con el fundamentalismo, termina sustituyéndolo y convirtiéndose en otro fundamentalismo. Como lo planteaba Augusto Comte cuando le escribe al señor de Tholouze en 1852: "Estoy persuadido de que antes del año 1860 predicaré el positivismo en Notre Dame como la única religión real y completa".
En esta visión se despoja a lo humano de la complejidad dialéctica. No es el conflicto y el pensamiento crítico la savia de la civilización, sino la explicación “rigurosa” y “neutral” provista por el conocimiento científico convertida en pensamiento confesional.
El ropaje de esta posición reivindicada como “progresista” pretende ser naturalizado en el “discurso” oficial cuando en una entrevista en el diplo (junio 2011) el ministro insiste: “queremos vender ciencia como se les ha vendido cerveza a los jóvenes. Sabemos que la ciencia sin Hollywood no va a ningún lado. A la ciencia argentina le hace falta marketing” .A confesión de partes relevo de pruebas. El conocimiento es considerado un insumo para la industria privada y el Estado la garantía de que esto suceda. Nadie dice siquiera quien y como se apropiara de ese conocimiento y que tiene que ver con las necesidades domesticas de los argentinos.
Así se instala una lucha por el sentido del conocimiento y su valor de verdad en relación con la construcción socio-política. Una verdadera batalla cultural y de ideas. Una lucha por la instalación de un relato totalizador donde lo humano termine siendo tal en tanto sometido a lo racional, verificable y transable. Calla, sin embargo, la cada vez más estrecha relación de los sistemas y organizaciones científicas y de la producción científica disciplinar, con los circulantes hegemónicos del poder económico global y que la tecnociencia reemplaza la condición de ciudadanía, donde valores y derechos serán tales en tanto legitimados por la prueba científica.
Esta racionalidad “instrumental” que se autopropone para terminar con las lacras del mundo con el mero conocimiento científico, es la que desde hace 500 años ha servido para asegurar una construcción social que sostiene los distintos matices del capitalismo. Pero ahora, con la gran batuta de corporaciones que actúan en la crisis más importante de los estados desde su formación. Esa racionalidad que hoy ontologiza la ciencia y la tecnología, descalifica otras lógicas, otros epistemas alternativos para constituir la nueva versión del fundamentalismo positivista al servicio de un modelo perfeccionado de acumulación y dominio. Fundamentalismos racionalistas que en la historia de las ideas abrieron líneas de pensamiento en el desarrollo científico fundantes de la genética como instrumento de la ideas eugenésicas de la época victoriana y que tienen su expresión más acabada en los fascismos capitalistas del siglo XX.
Es la construcción de un relato que construye el sentido simbólico de la sociedad. Asistimos al perfeccionamiento de los balbuceos teóricos para sustentar visiones tecnocráticas en el siglo XXI que incluyen la transición de la política al tecnocientífico y la cooptación y control del sistema científico y universitario para ponerlos al servicio del desarrollo capitalista y consumar la tarea deshumanizante de cara al mercado global en un único mundo. Este relato, no es otra cosa que el eterno retorno de la colonialidad que llega no con la espada, sino de la mano de una ciencia y una técnica que produce conocimiento acrítico. Donde una vez más la configuración del conquistador se produce, con la producción del conquistado. Y el control de la subjetividad y conocimiento fundados en una clasificación racial/étnica que funciona como clasificador de la población mundial, distribuidor de roles y sus relaciones de trabajo, sexo, autoridad producción de subjetividad y uso de recursos naturales distribución y uso del territorio, apropiación y explotación de la naturaleza. Culminación del primer sistema global de dominación y control social históricamente conocido. El capitalismo como sistema mundo. Ese mundo fáustico reclama la hegemonía del relato. Reclama un mundo con una sola explicación. Un solo director. Son los prolegómenos de estadios totalitarios y corporativos donde el valor de lo humano quedara solo disponible –con suerte- a las minorías incluidas. Mientras los excluidos una vez más configuraran las huestes infrahumanas de los zoos humanos victorianos. Una subespecie que debe ser alimentada y sostenida mientras sirva a las necesidades del trabajo esclavo y domestico. Este modelo al proclamarse inclusivo no está reconociendo todos los daños colaterales que entraña la etapa y la perversión de sus lógicas. Esta idea de Progreso se desgrana desde la injusticia, desde la anomia, desde reencarnar un Leviatan que se invisibiliza, se hace inasible por la desaparición de Estado. Más precisamente es la transformación del Estado en un subordinado al mercado corporativo.

Andrés E. Carrasco. Investigador CONICET. Profesor UBA.

sábado, 23 de abril de 2011

Ciencia un desafío de la globalización

Ciencia un desafío de la globalización (original del articulo de Pagina12 del 22 abril 2011)

Varsavsky, en 1969, definió la necesidad de politizar la ciencia como la intersección entre conocimiento, sociedad y soberanía para un modelo nacional. Es llamativo que hoy esa discusión siga vigente mostrando que no hemos avanzado, sino retrocedido. La ciencia sigue siendo cientificista atemporal y atada al positivismo lógico. La idea de neutralidad no ha variado y es usada para legitimar la subordinación a los intereses del mercado que provee su sentido productivista y el retroceso del Estado que privatiza la política científica.
La integración subordinada del desarrollo científico, se encuentra hoy con un elemento que no tenía el peso en los 70. La aparición de la globalización del poder, la rendición de la soberanía, la ausencia de un arbitraje del Estado desligado de la ideología de mercado, transfirió el control a las corporaciones y convirtió, el conocimiento en mercancía de los complejos industriales-financieros globales.
Al mismo tiempo que la sociedad de mercado y su principal aliada la sociedad del conocimiento  milagrosa y salvacionista, avanzan sobre el control de las instituciones productoras de conocimiento, desestructura al sujeto critico como agente subversivo, suprimiendo toda valoración filosófica e ideológica que pudiere desafiar, desobedecer y/o fracturar, la celebración de la razón técnica.
Esa tensión constituye el centro de la lucha por el control de la autonomía académica, una confrontación por imponer y guiar el significante simbólico del discurso. El intelectual-técnico puede, entonces, elegir desafiar estas propuestas o ser perro guardián del sistema de poder económico-hegemónico no solo en sus contenidos sino en, su para qué y su hacia donde. Una elección que solo requiere del arrojo de su albedrío.         
El sentido del conocimiento va más allá del contenido. Se complejiza en el entramado del poder que define su camino y esa complejización, puede desplazar el entramado del eje mercado-consumo o recentrar al sujeto humanizándose en lo solidario, lo digno, lo libertario.
La ciencia en su construcción problematiza su propia esencia al describir lo natural respecto de algo externo a ella misma y al evitar la autoreferencia de pensarse a sí misma, su ontologizacion. El neoliberalismo, esa mano invisible que dirige los destino de la sociedad, en correspondencia con el fundamentalismo religioso y racial, funge equipado con la ciencia y la tecnología como una variable del fundamentalismo salvacionista mas cercano a la creencia medieval, que a la propia modernidad que los invento. Crecimiento ilimitado y destino manifiesto, son en el mercado, como en la ciencia –especialmente las naturales- el valor a ser naturalizado en beneficio de la “identidad corporativa” y transformar al individuo en un conformista, autoritario sin voluntad propia. Este modelo abandono la ética pregonada para la construcción social que proponía Adam Smith. Este intentaba ingenuamente construir una sociedad utópica y universal, mientras que hoy el neoliberalismo se dirige a la liquidación de la sociedad. Después de todo, la Ilustración europea que dio sustento la modernidad heredera de la esperanza secular de la tradición judeo-cristiana incorpora  hace en su delirio civilizatorio las visiones teleológicas de la historia, como el capitalismo, el marxismo y la experiencia nacionalsocialista. Todas ellas sistemas destinados a un crear un sujeto universal único y excluyente que desemboco en los totalitarismos occidentales y que tiene su máxima expresión en el sistema político teocrático que rige los EEUU.
 No negamos la ciencia en su quehacer, sino su dinámica y el sentido social y natural que deberían marcar los contenidos del saber. El dilema es si el desarrollo incorpora al sujeto –rehumanización- o contribuye únicamente a construir una sociedad tecnocrática que prometiendo bienestar por derrame, asesina la realidad en función de “una licencia ilimitada para subordinarse a lo técnico” (Baudrillard). Por ello, el conocimiento científico, debería ser parte de una construcción que permita el uso de los recursos adecuado a sostener un crecimiento cero que modere el consumo a las posibilidades del planeta y permita su sustentabilidad.
La colonialidad del poder ha descansado en una reclasificación racial/étnica de la población mundial entre América y la emergente ‘Europa Occidental’. En ella la Raza ha funcionado como clasificador social impuesto a la población mundial que distribuye roles y relaciones asociadas y puede ser considerado como el primer sistema global de dominación social históricamente conocido: la globalización..
La globalización exige transferir la decisión integral de modos y razones de explotación de los bienes comunes a manos privadas, apropiándose de la decisión política. La producción de alimentos con medios e instrumentos tecnológicos de un puñado de corporaciones, hace imposible pensar que el mundo resuelva el hambre del planeta sino mas bien formas de control del mercado que destruyen la “soberanía alimentaria” instalando un control social que conduce el diseño de un mundo cada vez más injusto. Y las legislaciones que regulan el patentamiento de moléculas y organismos vivos pasan a ser parte de la legitimación de ese control social necesario para el capitalismo. Si la tecnología puede sostener esta impúdica apropiación de la naturaleza para el control de la sociedad humana, no habrá necesidad de ejércitos para mantener la colonialidad. La “industrialización civilizatoria” estará diseñada para aquellos que tengan pasaje en el arca de Noe del día después. El resto, los otros, serán prescindibles.
Dependencia no solo es saqueo de recursos. Su finalidad es dirigir la producción de conocimiento, manteniendo el lugar desde donde se piensa. Y la periferia, al aceptar la universalización, se subordina a un centro como parte de una lógica que responde a la alianza del mercado y la tecnología para subordinar al quehacer humano a una cultura, donde lo importante es el intercambio económico. El hombre pierde la posibilidad de tener una visión del mundo como individuo y por lo tanto, de incidir en él.
Nuestro país tiene la oportunidad de crear o de imitar. Podemos reeditar la nueva versión neoliberal disfrazada de neo-desarrollismo pero igual de dependiente desarrollar un autentico modelo soberano, al margen de la globalización. El CONICET, INTA, INTI, CONEA, etc. pueden desplegar políticas que tiendan a desarrollar técnica que aborden en su contenido y forma la generación de saberes propios de cara a las necesidades del pueblo, una elección soberana o pueden servir a intereses dependientes implantados por concentrados corporativos desde las centrales.  
La adopción de tecnologías es tan poderosa y poco inocente como la espada colonial. Con ellas se condicionan irreversiblemente modos de producción y el uso de recursos naturales. Y para ello la tecnología es diseñada a medida de las formas productiva hegemónicas de las corporaciones. Los desarrollos científicos y tecnológicos, los mecanismos de financiamiento y la privatización de la decisión política así como los relatos que se estructuran alrededor de la llamada “sociedad del conocimiento” resignifican sistemas e instituciones públicas para generar conocimiento-mercancía. La química orgánica, la biotecnología y los GMO, la informática aplicada a procesos de producción fordista entre otras disciplinas, son cada vez más desarrolladas para atender las necesidades productivas del mercado. El conocimiento entonces pasa a ser no solo propiedad del demandante sino el instrumento que permite subordinar modos y estrategias para satisfacer el consumo de las sociedades centrales sin detenerse en los cambios, exclusiones, saqueos que generan a su alrededor.

Andres E Carrasco
Investigador Principal CONICET
Profesor Regular UBA