domingo, 12 de junio de 2011

Reduccionismo biologico y politica

Craig Venter, zar del genoma humano, del patentamiento de la vida genética y más recientemente “creador de vida”, vaticinó en el año 2000 que el siglo XXI sería el siglo de la tecnología. Los avances científicos serían la clave en la solución de conflictos sociales y políticos mediante el control de la conducta humana. Esta visión reduccionista y también salvacionista desde la genética, esconde una revisita de ideas neo-eugenésicas de control social.
En una versión orwelliana de la convivencia, Venter refleja una concepción del mundo y del porvenir de la humanidad que conduce a la deshumanización del conocimiento. Reemplaza al sujeto por la técnica y rompe con el sentido originario del conocimiento en la modernidad que buscaba la transformación social con su ideal de justicia y libertad acoplada a la de desarrollo humano.
El ministro Barañao adhiere a esta posición ideológica. Con una fuerte impronta de reduccionismo cientificista con aderezos productivistas, su discurso en un reciente Congreso de Psicología ha presentado a la ciencia como una actividad humana, no sometida al contexto histórico, al marco ideológico ni a las tensiones del poder, soslayando su poder devastador. Para el ministro, la ciencia es sinónimo de neutralidad y un relato externo al poder y la cultura, una actividad esencialmente honesta y sin contradicciones, destinada a “proveer” cual maná las soluciones para el bienestar de los hombres.
Para ello mencionó diferentes estudios “científicos”. Describió como la evolución estructural del cerebro humano está moldeada por la relación de enemigo-amigo y por lo tanto, la conducta humana está signada por dicha relación de confrontación. Señaló que experiencias con registros eléctricos cerebrales sugieren que la tortura existe como una tendencia biológica inherente a la conducta humana y no como una compleja y por cierto perversa construcción del poder. Se entusiasmó con la existencia de zonas del cerebro asociadas a la decisión, económica y política (neuroeconomía, neuropolítica) o con los memes, las unidades genéticas de transferencia cultural de Richard Dawkins, quien ha sabido extrapolar la conducta humana desde la organización social de las hormigas. En ningún momento hubo una idea reflexiva o valorativa del significado o la ideología subyacente sobre estos ejemplos. Si todos estos experimentos y argumentos más ideológicos que científicos no hubieran sido ya discutidos largamente por eminantes colegas como Jay Gould o Richard Lewontin, sería necesario refutarlos. Quizás debemos dejar esa tarea al Ángel Gris de Flores, quien sostiene que el hombre es un mono disidente y por lo tanto no obedece a determinismos esgrimidos por grises refutadores que buscan consensos silenciadores.
Su argumento estuvo dirigido a celebrar lo que él cree es el logro más importante del hombre y asignarle un valor ético político cuando dice que “si queremos llegar a una convivencia pacífica como especie, ni la religión, ni la cultura darán la solución. Lo único que permite el entendimiento entre individuos, más allá de sus creencias es la ciencia y la tecnología”. La validez de la política, la ideología, el poder, la dominación de los cuerpos, los valores, el colonialismo quedan sometidos a un sistema de verificación científica.
Esa sobrevaloración de la determinación y racionalidad omnipotente tiene un objetivo central: suspender la política proponiendo la solución técnica como un mediador para la “convivencia pacífica”. Ya no es la política y su racionalidad del conflicto, es la biología y sus promesas de avatares novedosos que vendrán a saldar lo que la política, aparentemente, no ha podido resolver. Así, la tecnociencia, que supuestamente viene a acabar con el fundamentalismo, termina sustituyéndolo y convirtiéndose en otro fundamentalismo. Como lo planteaba Augusto Comte cuando le escribe al señor de Tholouze en 1852: "Estoy persuadido de que antes del año 1860 predicaré el positivismo en Notre Dame como la única religión real y completa".
En esta visión se despoja a lo humano de la complejidad dialéctica. No es el conflicto y el pensamiento crítico la savia de la civilización, sino la explicación “rigurosa” y “neutral” provista por el conocimiento científico convertida en pensamiento confesional.
El ropaje de esta posición reivindicada como “progresista” pretende ser naturalizado en el “discurso” oficial cuando en una entrevista en el diplo (junio 2011) el ministro insiste: “queremos vender ciencia como se les ha vendido cerveza a los jóvenes. Sabemos que la ciencia sin Hollywood no va a ningún lado. A la ciencia argentina le hace falta marketing” .A confesión de partes relevo de pruebas. El conocimiento es considerado un insumo para la industria privada y el Estado la garantía de que esto suceda. Nadie dice siquiera quien y como se apropiara de ese conocimiento y que tiene que ver con las necesidades domesticas de los argentinos.
Así se instala una lucha por el sentido del conocimiento y su valor de verdad en relación con la construcción socio-política. Una verdadera batalla cultural y de ideas. Una lucha por la instalación de un relato totalizador donde lo humano termine siendo tal en tanto sometido a lo racional, verificable y transable. Calla, sin embargo, la cada vez más estrecha relación de los sistemas y organizaciones científicas y de la producción científica disciplinar, con los circulantes hegemónicos del poder económico global y que la tecnociencia reemplaza la condición de ciudadanía, donde valores y derechos serán tales en tanto legitimados por la prueba científica.
Esta racionalidad “instrumental” que se autopropone para terminar con las lacras del mundo con el mero conocimiento científico, es la que desde hace 500 años ha servido para asegurar una construcción social que sostiene los distintos matices del capitalismo. Pero ahora, con la gran batuta de corporaciones que actúan en la crisis más importante de los estados desde su formación. Esa racionalidad que hoy ontologiza la ciencia y la tecnología, descalifica otras lógicas, otros epistemas alternativos para constituir la nueva versión del fundamentalismo positivista al servicio de un modelo perfeccionado de acumulación y dominio. Fundamentalismos racionalistas que en la historia de las ideas abrieron líneas de pensamiento en el desarrollo científico fundantes de la genética como instrumento de la ideas eugenésicas de la época victoriana y que tienen su expresión más acabada en los fascismos capitalistas del siglo XX.
Es la construcción de un relato que construye el sentido simbólico de la sociedad. Asistimos al perfeccionamiento de los balbuceos teóricos para sustentar visiones tecnocráticas en el siglo XXI que incluyen la transición de la política al tecnocientífico y la cooptación y control del sistema científico y universitario para ponerlos al servicio del desarrollo capitalista y consumar la tarea deshumanizante de cara al mercado global en un único mundo. Este relato, no es otra cosa que el eterno retorno de la colonialidad que llega no con la espada, sino de la mano de una ciencia y una técnica que produce conocimiento acrítico. Donde una vez más la configuración del conquistador se produce, con la producción del conquistado. Y el control de la subjetividad y conocimiento fundados en una clasificación racial/étnica que funciona como clasificador de la población mundial, distribuidor de roles y sus relaciones de trabajo, sexo, autoridad producción de subjetividad y uso de recursos naturales distribución y uso del territorio, apropiación y explotación de la naturaleza. Culminación del primer sistema global de dominación y control social históricamente conocido. El capitalismo como sistema mundo. Ese mundo fáustico reclama la hegemonía del relato. Reclama un mundo con una sola explicación. Un solo director. Son los prolegómenos de estadios totalitarios y corporativos donde el valor de lo humano quedara solo disponible –con suerte- a las minorías incluidas. Mientras los excluidos una vez más configuraran las huestes infrahumanas de los zoos humanos victorianos. Una subespecie que debe ser alimentada y sostenida mientras sirva a las necesidades del trabajo esclavo y domestico. Este modelo al proclamarse inclusivo no está reconociendo todos los daños colaterales que entraña la etapa y la perversión de sus lógicas. Esta idea de Progreso se desgrana desde la injusticia, desde la anomia, desde reencarnar un Leviatan que se invisibiliza, se hace inasible por la desaparición de Estado. Más precisamente es la transformación del Estado en un subordinado al mercado corporativo.

Andrés E. Carrasco. Investigador CONICET. Profesor UBA.