viernes, 14 de marzo de 2014

De Papa a monaguillo

(Reflexiones sobre el reportaje en Pagina 12 a Alberto Kornblihtt realizado el domingo 22 diciembre 2013)

Muchos los biólogos moleculares y sus primos los biotecnólogos, suelen incurrir con ímpetu, en gruesos errores conceptuales que hacen que la ciencia no pase por su mejor momento en la percepción social. En nada ayuda la prensa oficial u opositora (de acuerdo en estos menesteres) que han cerrado todas las ventanas de debate entre aquellos que opinan sobre el modelo productivo y/o los organismos genéticamente modificados. Un ejemplo, es el blooper cientificista que sostiene que el desarrollo científico de la biología molecular y la secuencia del genoma humano han demostrado científicamente que las razas no existen. Esta afirmación reduccionista es una muestra de cómo se ignoran las diferencias existentes entre poblaciones humanas con historias evolutivas diferentes que es sostenida por una concepción omnipotente que apela a explicar problemas ideológicos comparando las secuencias de ADN de los genomas.
La idea de raza nunca fue un concepto originario de la biología sino que fue oportunamente creado e introducido con teorías  “ad hoc” por el racionalismo y positivismo europeo como necesidad de la conquista de los espacios coloniales a partir del siglo XVI.  
Si en el siglo XIX, el determinismo genético de Galton y Lombroso, por nombrar solo a dos, fracasaron en su  intento de legitimar y clasificar la especie humana, desmentirlos comparando genomas, es una ingenua paradoja reduccionista del mismo tipo que no alcanza para superar la vergüenza de la discriminación concebida para el genocidio y el saqueo.   

Sin embargo otras imposturas y excesos, mas específicos, han ido erosionando la percepción social de la ciencia como sistema explicativo del mundo.

1) Los OGM, hoy en el ojo de la tormenta, nos vuelven a traer esa extraña y cada vez mas transparente relación del pensamiento biológico reduccionista con la ideología que preside la hegemonía neoliberal en esta etapa. La necesidad de instalar desde la ciencia, un relato legitimador que desmienta cualquier impacto de los OGM en la naturaleza, que sostenga la equivalencia entre alimentos no modificados y los OGM, que los defina como nuevas variedades, es la verdadera razón de los silencios sobre la complejidad del genoma y las consecuencias de interferir en ella
Para cerrar ese relato, se suele apelar a denominar a todos aquellos que defienden el principio de precaución del impacto tecnológico, de “ambientalistas anticientíficos”. En realidad definir sin fundamentos y desde el podio político, quien tiene un pensamiento científico o anticientífico, es un signo de dogmatismo cerril que paradojalmente interpela la propia seriedad del juicio del que lo emite.

Debemos recordar que en las primeras décadas del siglo XX, el prestigioso Cold Spring Harbor Laboratory fue un instituto dedicado promover el muy colonial invento de Francis Galton: la eugenesia. Su  propósito era “actuar como grupo de presión a favor de una legislación eugenésica para restringir la inmigración y esterilizar a los defectuosos, educar a la población sobre salud eugenésica y propagar las ideas eugenésicas”
Mas tarde el dogma central de la biología, de mediados de siglo XX, reforzó las tendencias impuestas desde una genética que había apostado fuertemente a conceptos reduccionistas y que permitían creer que los organismos podían ser “mejorados” manipulando el ADN con la intervención de las técnicas de la naciente biología molecular. (Miranda y Vallejo, Historia de la eugenesia. Argentina y las redes biopolíticas internacionales, Ed. Biblos, 2012). Esta mirada constituía la representación, que Fox Keller (1995) denomino “discurso de acción de los genes”, y retomaba la idea eugenésica, dejada de lado con vergüenza ante los horrores de la 2da Guerra Mundial, de que todo lo que había comprender acerca de los seres vivos está contenido en la secuencia del ADN y por lo tanto era posible (y deseable) “mejorar” los organismos. Un mundo biológico en el que imperaba la noción de que ningún problema “está por fuera” del análisis de los genetistas y de la secuencia del ADN.
En este marco se excluían la relación entre núcleo y citoplasma, de la célula en el contexto del tejido y órgano y de la dimensión temporal en los procesos del desarrollo para explicar la expresión de los genes, como también excluía el papel del ambiente externo. Autores como Stephen Gould, Richard Lewontin o Steven Rose, señalaron que los factores externos son parcialmente consecuencia de las actividades del organismo, que produce y consume las condiciones de su propia existencia, de modo que los organismos no solo ocupan el ambiente donde se desenvuelven sino que ellos lo crean (Lewontin, 1998). Por lo tanto si admitimos que lo interno y lo externo son parte de la modelación y co-determinacion del organismo, es inaceptable la pretensión de que la sola estructura de la secuencia del ADN y su división en “genes discretos y autónomos” constituye la clave central para comprender y/o predecir cómo se comportará un sistema biológico.

Por eso decir que el “ambiente interactúa con el gen” es insuficiente. No se desmarca del determinismo clásico y no incluye interpelación alguna a la concepción reduccionista en biología. Sigue siendo una idea mecanicista que ignora el concepto de “fluidez del genoma” en la cual los genes pierden su definición ontológica y pasan a ser parte de una complejidad relacional que desafía toda linealidad jerárquica de la genética clásica para reemplazarla por una red funcional compleja que empezamos a vislumbrar después de 20 años de lanzada la idea de “genoma fluido”. Decía Evelyn Fox Keller en su libro El Siglo del Gen

“El gen ha perdido buena partes de su especificidad y de su agencia. ¿qué proteína debe hacer un gen y bajo que circunstancias? ¿Y como elige? De hecho no lo hace. La responsabilidad de su decisión esta en otro lado, en la compleja dinámica regulatoria de la célula como un todo. La señal (o señales) que determina el patrón especifico que habrá de seguir la transcripción final proviene de estas dinámicas regulatorias y no del gen en si mismo” (Keller, 2000).

Por eso punto de partida para contemplar la complejidad de un organismo y sus flujos de información, es el fenotipo y no el genotipo de la genética mendeliana. Allí están como ejemplos de complejidad entre otros: los cambios  controlados durante desarrollo de ADN (amplificación o reducción) en células embrionarias normales bajo la regulación del medio celular, la herencia epigenética transgeneracional, o la red de procesos regulatorios moduladores (citoplasmático y/o nuclear) de los productos de la transcripción, que sostienen la variabilidad de los fenotipos. Todos ejemplos de “fluidez” del genoma donde los genes aparecen subordinados a las señales celulares para esculpir cada fenotipo.  

2) Los sectores que defienden la modificación genética de organismos (OGM), asumen como cierto que los OGM tienen los mismos comportamientos a los observados en el laboratorio cuando son  liberados en la naturaleza.  es decir que son equivalentes a los no-OGM.
Afirman que los OGM “son naturales” y que “son nuevas variedades” asumiendo que la técnica experimental empleada es precisa, segura y predecible y que es equivalente al mejoramiento clásico de la agricultura.
Esto es un grueso error y muestra un “desconocimiento” por parte del campo biotecnológico de las teorías y conocimientos de la biología moderna. En la concepción de los OGM, subyace la ausencia de considerar  el rol del tiempo en la génesis de la diversidad y la valoración de los mecanismos naturales que la sostienen. Tanto en el proceso evolutivo como las variedades de las especies se sustentan en la reproducción sexual, la recombinación de material genético,  y mecanismos biológicos y ambientales que regulan la fisiología del genoma.
En nuestro entender es crucial entender que en cualquier modificación el genoma (transgénica o no transgénica) desaparecen: el tiempo biológico necesario para estabilizar las variedades y el proceso evolutivo y la historia de la especie, que si se conservan en el mejoramiento por los métodos clásicos. Se anula la variable tiempo apelando la instantaneidad de la manipulación del genoma con el objeto de obtener “nuevas variedades”. Esto hizo decir a un ministro que “la transgenia acelera la evolución” (incluyendo su control) en un revival del debate del siglo XIX entre el “fijismo” de Cuvier con el “transformismo” de Ettiene Geoffroy Saint-Hilaire.
Por eso empeñarse en insistir que los procedimientos de domesticación y mejoramiento de especies alimentarias pueden ser equiparados con las técnicas de modificación genética de organismos por diseño (OGM) planteadas por la industria, es, una vez mas, una idea reduccionista poco aceptable en estos tiempos. Proclamar que el mejoramiento realizado por el hombre durante 10.000 años en la agricultura y la modificación por diseño de laboratorio (OGM) son exactamente lo mismo, tiene la pretensión de olvidar que la cultura agrícola humana ha respetado esos mecanismos naturales durante ese tiempo seleccionando nuevas variedades de poblaciones originadas por entrecruzamiento hasta encontrar y estabilizar el fenotipo adecuado.
Pero mas importante es que el mejoramiento no es consecuencia del simple cambio de la secuencia del ADN, o de la incorporación o perdida de genes, sino la consolidación de un ajuste del funcionamiento del genoma como un todo y que hace a la variedad útil y predecible (por eso es una variedad nueva). Este ajuste puede involucrar genes asociados al nuevo fenotipo pero acompañados principalmente por muchos “ajustes fluidos” de carácter epigenético y que en su mayoría desconocemos. Entonces, una nueva variedad representa una mejora integral del fenotipo para una condición determinada donde seguramente todo el genoma fue afectado con un ajuste fisiológico de su “fluidez” sin modificación de secuencias.
Esta nueva “genética” no es tenida en cuenta en el análisis, proyección y riesgos de los OGM ya que este marco conceptual un gen o un conjunto de genes introducidos en un embrión vegetal o animal en un laboratorio, no respeta, por definición, las condiciones naturales de los procesos de biológicos naturales de regulación y “ajuste fino” epigenético que conduce la construcción de los fenotipos en la naturaleza, como sucede en el mejoramiento, la evolución de los organismos o génesis de nuevas variedades.
En realidad la tecnología OGM viola procesos biológicos usando procedimientos rudimentarios, peligrosos y de consecuencias inciertas que supone mezclar material genético de distintas especies. La transgénesis no solo altera la estructura del genoma modificado, sino que lo hace inestable en el tiempo, produce disrupciones o activaciones no deseadas de genes del huésped pero mas importante afecta con directa o indirectamente el estado funcional de todo el genoma y las redes regulatorias que mantiene el equilibrio dinámico del mismo, como lo demuestra la variación de la respuesta fenotípica de un mismo genotipo frente a los cambios ambientales.
La ignorancia de la complejidad biológica (hoy hablamos de desarrollo embrionario, evolución y ecología como dimensiones inseparables de un sistema integral) se percibe en la presencia de un insumo teórico: la dimensión ontológica asignada al gen por la herencia mendeliana y el reduccionismo determinista. No revisar el concepto clásico del gen entendido como unidad fundamental de un genoma rígido concebido como un “mecano”, como una máquina predecible a partir de las secuencias (clasificación) de los genes y que sus productos que pueden ser manipulados sin consecuencias, expresa el fracaso y la crisis teórica de 200 años del pensamiento reduccionista, largamente interpelado por Stephen Jay Gould, Richard Lewontin, Steven Rose, Eva Jablonka, Mae Wan Hoo, Terje Travick entre otros. Y también la insistencia en considerar a los OGM como variedades naturales en lugar de entenderlas mas bien como cuerpos extraños, que instalados por la mano humana en la naturaleza alteran el curso de la evolución. Es allí que la capacidad de manipular e interferir el genoma se transforma en el deseo, preciso para la omnipotencia.
Debería recordarse que la complejidad no es un capricho de naturalista, sino una configuración integral de la naturaleza. Y que en el proceso de conocerlas, desarmar lo natural “para su comprensión” es cada vez mas insuficiente. Porque en el “desarmar”, se pierden las propiedades emergentes de organismos vivos.
Nigel Goldenfeld y Leo Kadanoff realizan una sensata exhortación al analizar sistemas complejos: “Hay que utilizar el nivel de descripción mas adecuado para captar los fenómenos que son de nuestro interés. No tiene sentido realizar modelos de maquinas excavadoras con quarks”. Aun cuando es cierto que todas las propiedades de una maquina excavadoras son el producto de las partículas que la constituyen, como quarks y electrones seria inútil pensar acerca de la propiedades de una excavadora (forma, color, función) en términos de esas partículas. La forma y función de una maquina excavadora son propiedades emergentes del sistema en su conjunto. Entonces del mismo modo que no pueden reducirse las propiedades de una excavadora a las de los quarks, tampoco pueden reducirse los complejos comportamientos y rasgos de un organismo a sus genes.
En esta misma dirección Marx sostuvo que “a partir de cierto punto, las diferencias meramente cuantitativas pasan a constituir cambio cualitativos”.
El atractivo del determinismo radica en que ofrece explicaciones científicas creíbles a las contradicciones civilizatorias generadas por el capitalismo. Si los OGM son plenamente aceptable en su explicación científica no tenemos que pensar en los efectos a mediano plazo sobre el medioambiente, biodiversidad, salud humana, efectos socioeconómicos, etc. Ni lo que ellos representan en términos de negocio global de alimentos, la apropiación, privatización y monopolio de las semillas por parte de las grandes transnacionales, ni la desigual de ingresos. El mismo análisis podría aplicarse a la medicalización que impulsa la industria farmacéutica. Queda claro que estas intervenciones capitalista no pueden sostenerse con una explicación científica simple y errónea y por tal termina alejándose de la rigurosidad de la ciencia.
Si la ciencia es una formación histórica y refleja un proceso social al debe su propia existencia, es claro que “el determinismo biológico es una ilusión socialmente necesaria fundada en la mera apariencia” (Roberto Schwarz)  
Por todo esto se pretende que la transgénesis, evitando el debate sobre la lógica que la sostiene, haga un cierre virtuoso de una tecnología que nació en los laboratorios para comprender limitados procesos a nivel molecular y poder expandirlos en la propia naturaleza sin criterios creíbles e predecibles. El proceso de generación de organismos, repetimos, es inasible, podemos estudiarlo, pero no es muy lucido llevarse puesto los limites que la fisiología del genoma “fluido” viene mostrando.
Alterar un organismo con un pedazo de ADN propio o ajeno no es fisiológico y usar el medio ambiente natural como laboratorio una perversión inaceptable. Así lo muestra el perfil de proteínas de maíz GM (MON850) que presenta 16 proteínas diferentes comparado con la expresión proteica del maíz no-GM. (Agapito Tenfen et al, 2013).
Recientemente nuevos intentos comienzan a ampliar el menú tecnológico de los OGM como la cisgenia, con la intensión de correrse de la critica cada vez mas generalizada a la transgenia. La cisgenia aplicada en algunos alimentos buscan, anulando funciones de genes específicos, nuevos fenotipos sin introducir material genético extraño en el genoma. La cisgenia es una manipulación de la regulación génica, insistiendo en que son procedimientos semejantes a lo que sucede en la naturaleza. En realidad la intervención externa en el genoma existe y se le aplican los mismos criterios de lo expuesto mas arriba. Sin embargo como en el caso de la transgenia introducir un desarreglo regulatorio puede provocar alteraciones impredecibles en el marco de esa sinfonía molecular insustituible para la supervivencia de la vida del genoma fluido. Aun así, las explicaciones “científicas” siguen, asumiendo al igual que en la transgenia, el hombre es capaz de acelerar la evolución ignorando los mecanismos que la presiden: recombinación y reproducción sexual.   

3) Los científicos defensores de los OGM, atraviesan esta etapa, que los expone afuera del laboratorio, con la ansiedad de no perder protagonismo. La necesidad de legitimar la tecnología, se transforma en una pulsión, anticientífica y dogmática. Mas aun, la afirmación de que el problema no esta en la técnica sino en su uso, es doblemente preocupante porque además de no asumir el pensamiento reduccionista que los preside, oculta la creciente subordinación y fusión de la ciencia con poder económico revalidando las bases cientificistas productivistas y tecno-céntricas que emanan de neoliberalismo en su versión actual.
La legitimación recurre a la simplista idea de que la tecnología por ser neutra y universal representa siempre progreso. Y que si algo falla es debido a la intromisión de un impredecible Dr. No que la va usar mal y que cualquier posible daño derivado de la misma, será remediado en el futuro por otra tecnología mejor o por el ingenuo argumento de la regulación del Estado aunque sepamos que este es socio promotor de los intereses que controlan el desarrollo científico en nuestros países. Prefieren desconocer que las tecnologías son productos sociales no inocentes, diseñadas para ser funcionales a cosmovisiones hegemónicas que le son demandadas por el sistema capitalista. Decir que los problemas “no tienen que ver con la tecnología transgénica” y que los que se oponen “están minando las bases de la ciencia” es parte de la predica, “divulgación” y diatriba contra el “ambientalismo”.
Biólogos moleculares del CONICET y sus adyacencias, el ambientalismo, no es una mala palabra o una postura caprichosa consumada por eco-terroristas delirantes. Es una posición ideológica que perfora el dogmatismo científico legitimante.
El circulo del proceso legitimador se cierra al ocultar el condicionamiento y cooptación de instituciones como las universidades y el sistema científico, por fuerzas económicas y políticas que operan en la sociedad. Logran, así, el merito de ser la parte dominada de la hegemonía dominante.
Nos quieren hacer creer que todo es técnico, disfrazando la ideología de ciencia o mejor suplantándola con una ciencia limitada y sin reflexión critica. Una manera de abstraerse de las relaciones de fuerza en el seno de la sociedad, poniéndola al servicio del poder dominante. Mientras tanto en el colmo de su omnipotencia auguran catástrofes de todo tipo si la sociedad no asume con reverencia que este es el único camino posible para el “progreso”. El planeta es para ellos infinito y los “ambientalistas” retrógrados. Eso si mientras tanto disfrutan del momento actual, aceptando “participar” del diseño del mundo y de la sociedad futura. Son parte del poder. Que se les puede pedir. Honestidad en sus dichos? Son los expertos que burocráticamente diseñan consciente o inconscientemente, el mal y banalizan la ciencia.
La agricultura industrial promovida no solo mecanizo, lleno de agroquímicos el ambiente y mercantilizo la producción global sino que requirió de una ciencia que legitimara los procedimientos usados para la modificación genómica avalados por intelectuales protegidos en sus “prestigios”.
La denuncia del colonialismo genético no solo sostiene que los nuevos conocimientos de la ciencia desafían la integridad de los ecosistemas, promoviendo saberes fragmentarios. El colonialismo genético marca con claridad la distancia existente entre la lógica de los procedimientos de manipulación genómica y el conocimiento genético actual. 
Es por esto que la transgénesis como procedimiento industrial volcado en la naturaleza, tiene poco de científico y no se sostiene por rudimentario.
Las tecnologías “de punta” para generar OGM no solo colisionan con saberes ancestrales, sino con las miradas actuales sobre la  complejidad biológica que circulan en el campo de la biología. Esta fragilidad conceptual interpela el soporte científico de la transgénesis y la desplaza del terreno de la ciencia.
Otro factor es que la tecnología en cuestión ha sido y es dirigida por la voluntad del capital que las hace posible. No son productos del desvío o extravío de una corriente neutral o virtuosa del desarrollo científico sino parte de una concepción ideológica y de intereses que avanza hacia construcción de una naturaleza artificial sobre el sacrificio en el altar de la apropiación.
Al ser la ciencia y la tecnología determinadas por las fuerzas del mercado productos no azarosos en su devenir, ni neutrales en su intención, hace necesaria la participación reflexiva de la sociedad para combatir los sentidos que amenazan la preservación del mundo natural.

4) En la Argentina, el alarde desmedido muestra la actual falla epistemológica del pensamiento científico critico en el marco del análisis de las teorías actuales. El “avance tecnológico” incursiona en la naturaleza aplicando procedimientos inciertos que simplifican la complejidad de los fenómenos biológicos para “vender certeza” y proponer, por ejemplo, desde el sector privado (Truco y Grobocopatel de Bioceres) acompañados por el entusiasmo de entre otros, de Néstor Carrillo y Raquel Chan, investigadores superiores del CONICET, la transformación de la naturaleza en una “factoría” de productos, donde las plantas serian sustitutas de procesos industriales.
Una verdadera naturaleza artificial funcional y necesaria para los grandes negocios. Hay en todos estos discursos, mucha ambición, soberbia, una pobre comprensión de la complejidad biológica y poca ciencia. Hay grandes negocios y un enorme relato legitimador que los científicos honestos no podrán evitar interpelar, aunque las empresas transnacionales compren todas las editoriales de revistas científicas o bloqueen las publicaciones y las voces que interpelan el sentido de la ciencia neoliberal-productivista.
La ciencia, su sentido del para que, para quien y hacia donde está en crisis y nosotros en la patria grande no podemos fingir demencia si queremos sobrevivir soberanamente.

ANDRES CARRASCO

INVESTIGADOR del CONICET