martes, 20 de septiembre de 2011


Ciencia refundación y mito de la modernidad en la Argentina

“Es necesario que ofrezcamos a los pueblos a la posibilidad de que trabajen felices, con un grado suficiente de dignidad, para un progreso técnico y científico de la humanidad, que quizás no sea tan grande como el que ha venido asegurando el capitalismo, pero por lo menos, que no sea sobre el sacrificio de nadie. Pueblos felices, trabajando por la grandeza del mundo futuro, pero sin sacrificios y sin dolor. Que eso es lo humano, que eso es lo natural y que es también lo científico”. (J. D. Perón, 1949)


Cientificismo y productivismo


El modelo cientificista-productivista actual, es solo una variante del positivismo europeo, que desconfiando del Estado dirige la mirada al mercado se subordina a él pregonando su centralidad en el “progreso” con la falacia de la sociedad del conocimiento. En esta versión productivista, el marco epistemológico y la inversión de la lógica, están aun mas atados a los grandes centros internacionales de ciencia controlados por las corporaciones privadas que en los 70s. Entonces el paradigma actual de la dependencia, no es solo la ideología de una ciencia ontologizada que negaba la política como valor ordenador. La globalización capitalista, al controlar el Estado hace que la predicción y la decisión política estén subordinadas epistémicamente, donde  el “para quien” tiene que ver con el fortalecimiento de los valores capitalistas que lesionan indubitablemente la soberanía nacional. La naturalización de estos valores, en el proyecto político no lo hace “humanista ni nacional y popular” ya que aquellos emanan desde y para el mercado y el Estado funciona como polea de transmisión de los intereses privados de los grupos concentrados.
El presupuesto nacional 2011,destinado para toda la actividad científica es de casi 6000 millones de pesos. De ellos el CONICET recibe 1500 millones, que eroga 110 millones por mes en salarios para 17.000 investigadores, técnicos y becarios. Por su parte, el Ministerio de Ciencia e Innovación Productiva administra 1000 millones de pesos por año. Su Agencia de Promoción (ANPCYT), aprobó la financiación de tan solo 823 proyectos científicos sobre un total de 2315 presentaciones, con un monto total de 54 millones de pesos anuales. De esta forma, 1492 proyectos (es decir el 65%) quedaron desfinanciados por este organismo. Vale decir que la ANPCYT utilizó sólo el 5.5% del presupuesto del Ministerio (o sea, el 0.9% del presupuesto nacional total) para financiar proyectos de investigación. 54 millones representan el 80 al 90% de todos los fondos disponibles que sostienen la actividad científica del país (ver presupuesto en la página web del Ministerio). Muchos de los 1492 proyectos no aprobados tienen calificaciones que difieren en centésimos, algo inaceptable para discernir con justicia la financiación o no de un grupo de investigación. Seguramente, un incremento del 20% de fondos habría aumentado en un 10 o 20 % los proyectos financiados, atemperando la injusticia de quedar afuera por centésimos. Estas distorsiones  no son por falta de presupuesto, como lo admite el propio ministro. Representa una lógica que se dispone constituir una meritocracia permeable al relato oficial que construye sentido en el desarrollo científico (poder) concentrando progresivamente  los recursos e infraestructura en selectos grupos de investigación e instituciones, para constituir “pooles de ciencia” dóciles a la política oficial.
En los 60-70, el cientificismo fue el paradigma discutido en el libro Política y Cientificismo de Oscar Varsavsky, que introdujo la primera visión crítica sobre el compromiso de la ciencia con la sociedad. Su reflexión giraba alrededor del colonialismo en la generación de  conocimiento científico y una critica a la dependencia de los estamentos académicos y científicos.  Luego las dictaduras y el aluvión neoliberal que se extendieron hasta fines del siglo XX se encargaron de la destrucción sistemática para imponer políticas pregonadas por el FMI, Banco Mundial, BID y el consenso de Washington, que sostenían que la educación y el conocimiento debían ser considerados bienes transables, regulados por y para el desarrollo económico del mercado, y que apuntaban a quebrar todo rastro de pensamiento crítico residual y emancipador que pudiere haber sobrevivido. Así llegamos al punto culminante del exabrupto de mandar a los científicos “a lavar los platos”, la frase que mejor sintetiza el neoliberalismo de los 90. Sin embargo, en esta etapa neoliberal del productivismo científico, el capitalismo necesita instrumentar un control panóptico del conocimiento. El panóptico vigila desde el centro del dispositivo de poder con matices, pero reprimiendo todo pensamiento autónomo. El panóptico se rediseña todo el tiempo de acuerdo con las necesidades del corporativo transnacional. No destruye instituciones sino que las coloniza o alquila, mientras el Estado –residual- asegura la transferencia de la propiedad y uso de los saberes al sector privado. En este contexto, el financiamiento de la ciencia no se propone garantizar la creación científica y la consolidación institucional del espacio académico crítico con sentido social, sino que financia la construcción de un relato cuyo significado simbólico afiance el paradigma mercantilista y elimine el debate crítico, alentando la autocensura ante posibles represalias. El panóptico también comienza a mostrar aspectos del relato en construcción como las normativas sugeridas por el CONICET como la de incorporar normas IRAM en los procedimientos de investigación,  las “recomendaciones” elaboradas por el Comité de Ética del Ministerio de Ciencia que tienden a vigilar y castigar, la conducta del científico respecto de su producto, ya en su divulgación o invirtiendo el principio precautorio, intercambiando perversamente los planos éticos con los políticos o la creación de una carrera de gestor de ciencia y técnica, futuros gerentes de la transferencia al sector privado.

La modernidad argentina refundada


La creación del Ministerio de Ciencia y el incremento de presupuesto son hitos importantes en la valoración social de la actividad científico tecnológica, pero entendemos que esto es insuficiente para definir una política que desafíe y supere el modelo neoliberal de producción de conocimiento.
La Ciudad de la Ciencia, en las Bodegas Giol, nuevas sucursales de institutos extranjeros la internacionalización de las universidades o la feria Tecnópolis, con costos de cientos de millones de pesos, expresan ese paradigma. Paradigma que requiere sostener el pensamiento único y de élites funcionales a un modelo neodesarrollista que aspira a “exportar conocimientos y no solo granos”, como si fuera posible convertir a la Nación en la unidad de negocios de las transnacionales donde los científicos ya no lavan platos pero son sin embargo impulsados a producir conocimiento “útil” para “venderlo como cerveza”. El gobierno y la elite científica oficialista, autorreferencial y dispuesta a celebrar representaciones “hollywoodenses” y de “prestigio autóctono” con metáforas futbolistas y marquetineras, evitan el debate sobre el estado de colonización tanto del modelo como del episteme que sostiene el saber científico hegemónico. La sombra del poder y la autosatisfacción parecen acallan la conciencia crítica.
La comparación de Tecnópolis con la Feria de las Naciones de Paris para la celebración del centenario de la Revolución Francesa de 1879 podría ser una exageración oficialista con fines electorales. Sin embargo, es más grave. Es parte de un convencimiento que se propone fundar una  “modernidad argentina”, justo cuando la modernidad, perdido su costado emancipador de origen muestra grietas que harían imposible el festejo en los países centrales. Es una suerte de “sofismo de lo inevitable” al naturalizar una racionalidad ineludible, que despolitiza y finalmente inventa la verdad.
La crisis, digámoslo de una vez por todas, es de la “modernidad”. No se trata del fracaso de un modelo económico, sino del agotamiento de la concepción de mundo, de un modelo civilizatorio que bien describió Galeano, basado en la concentración transnacional para la exclusión y el saqueo. Es la crisis del capitalismo. Entonces, pensar que se puede refundar la “modernidad” en la periferia con las mismas premisas es ingenuo, ya que asume que se puede hacer una tortilla distinta usando la misma sartén mientras siglos de ilusión civilizatoria se escurren entre los dedos europeos. Originalmente, el sistema-mundo de la modernidad construyó conocimiento para fundamentar en su expansión. Para ello separó la ciencia de la filosofía y la política produciendo un quiebre epistemológico que  hace “neutral” el conocimiento y tecnocratiza la decisión política deshumanizándola y alienándola Esta separación constituye el centro medular de la idea de  progreso capitalista eurocéntrico. Es hora de decir que el paradigma baconiano de conocimiento es poder de controlar la naturaleza es en realidad un poder de algunos hombres sobre los otros con el conocimiento de la naturaleza como instrumento.
Pero más grave. Creemos que somos menos giles que sus inventores y que con los mismos capitales y el mismo formato podremos competir y hasta vender recetas a Europa, sin desmarcarnos del poder globalizador. La transformación desde adentro del capitalismo y el pensamiento único. Una vuelta más en el marco ideológico que sostiene el gobierno al recurrir al carrusel ferial es pensar que en la celebración del conocimiento resuelve los conflictos de la modernidad (izquierda vs derecha, trabajo formal vs trabajo esclavo, incluidos vs excluidos, uso de los recursos naturales) con la simple invocación a la voluntad, domesticando el debate y evitando la reflexión sobre lo que significó la modernidad en los países coloniales. Negando las contradicciones, simplifica, despolitiza y cambia sentidos con un relato que preforma significados para hacer que las toneladas de hierro y acero de la Eiffel de 1889 sean los láseres y robots importados. Crear en medio del tsunami un clima de optimismo suena a nostalgia, mucha exageración y poco pudor.

Los dos modelos 


Tecnopolis funciona virtuosamente como entretenimiento y muestra de logros de un modelo desarrollista de hace 70 años, pensado para otro momento de la historia de nuestro país y otra distribución de poder mundial. El Pulqui, el Rastrojero, la industria automotriz, la industria aeronáutica y metalmecánica, los comienzos de la energía nuclear, el desarrollo de los ferrocarriles, el control de los recursos minerales, energéticos y acuíferos respondían a las necesidades un desarrollo autónomo. Eran parte de una forma de organización social de justicia y dignidad y de inclusión social que se basaba en la decisión soberana que desafiaba la dependencia de las potencias de posguerra. El sentido expresado en Tecnópolis está lejano de aquel irrepetible modelo del los 50. En aquel momento se denunciaba la hegemonía capitalista y la lucha era una confrontación con el sistema mundo bipolar para construir un desarrollo autónomo diferente. Hoy el desarrollo no conlleva la idea de emancipación, es meramente una detumescencia de la tecnocracia salvacionista. La extracción y exportación de oro paso del 2002 al 2010 de 1 a 2 millones onzas engrosando las reservas de ese primer mundo que cruje, por valor de 613 a 4900 millones de dólares que en los últimos 4 años fueron a los bolsillos de las empresas transnacionales. Más allá de la ecuación económica y la discusión sobre regalías, entregar nuestras reservas de oro y petróleo en estos momentos, no parece ser una decisión adecuada para la soberanía, ni algo que recordemos sucedía en los 50. Tampoco es prudente enarbolarla como sino del progreso y el desarrollo.
En esa “ilusión”, la celebración de Tecnópolis, oculta la distancia y el quiebre ideológico que existe entre aquel desarrollismo que intentaba abrir un rumbo distinto, tercerista, y este de actitud resignada ante la globalización y la transnacionalización de la política, la economía y la cultura, y una necesidad de “pertenecer” al mismo club de aquellos que abortaron aquel proyecto de Nación en los 50. Las células madres, las semillas transgénicas, los satélites financiados por la NASA que controlan nuestros recursos, la tecnología nuclear, están lejos de los sentidos de aquella época. Constituyen un modelo de ciencia y tecnología –y por lo tanto de desarrollo- que nos propone una epifanía positivista que se consume en el seno de un capitalismo que transita su época más oscura. Ingenuo es pensar que aun resignados nos van a dejar entrar en el banquete de las grandes ligas. Aun asi con un registro profético del futuro tecnológico, el discurso oficial, avizora un mundo culto y emancipado por el apilamiento de notebooks en red y su entusiasmo por el “capitalismo cognitivo” perfectamente anunciado en la última carroza del Bicentenario, como lo señalara oportunamente Norma Giarracca. Intenta angelar la ciencia, encantarla como forma de ocultar la ausencia de inocencia en el conocimiento. Pretende ignorar que éste no existe separado de la historia, de los cambios que lo determinaron, y por lo tanto de la disputa de poder, de la dominación e incluso de la muerte, de la guerra y del hambre de los pueblos. Se celebra el saber científico como si este no surgiera en un lugar y tiempo determinado y con un propósito definido. No se dice que el sentido que condujo la investigación de la fisión del átomo fue el desarrollo del arma nuclear. Luego vinieron los isótopos y usos pacíficos de la fisión nuclear. La biotecnología, excusada en la mejora genética esconde la inmanente oscuridad de la eugenesia de la naturaleza con sus proyectos genómicos e inventarios de especies existentes o la genética sintética pregonada por Craig Venter, todos pensados desde y por el capitalismo con el fin de controlar la vida, la evolución y los recursos a través de mecanismos de apropiación de la naturaleza. Que no es precisamente el objetivo de mayor bienestar y la erradicación del hambre en el mundo. De hecho, estamos peor, el hambre no se redujo y la lucha por los territorios en el planeta se hace cada vez mas feroz.
La respuesta Argentina es moverse en el modelo de globalización para ser montando en vez de ser el granero del mundo a ser la góndola del mundo emulando la versión siglo XXI de la generación del 80. Hoy como ayer aceptamos el rol asignado por las transnacionales proveer recursos no renovables sin medir el costo a futuro de su saqueo. Ser socio de un modelo de agronegocios que basado en tecnología insana y poco segura no constituye un proyecto emancipador y soberano sino todo lo contrario. Solo habría que repasar el Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo  de Juan Domingo Perón, (Madrid, 21 de febrero de 1972) para darse cuenta que lejos estamos de preveer el futuro de nuestros hijos.
Con esto no se desafía aquí el hecho y derecho del hombre de conocer la naturaleza con el instrumento científico y usarlo para su bienestar , sino al paradigma de sentido que le da forma y genera el saber y el desarrollo y ordenamiento disciplinar que lo hace posible. Lo que se intenta es poner en debate la legitimidad de un paradigma que promueve la apropiación de la naturaleza para patententarla o reemplazarla cuando como nunca los bienes que sostienen la vida y la construcción social están siendo rápidamente agotados por el mal uso del sistema mundo capitalista.
En la Argentina desde 2003 al 2011, las 500 primeras empresas transnacionales han aumentado en un 10% su participación de la economía y con ello, el control extranjero de nuestra economía (Eduardo Anguita, Tiempo Argentino, Editorial, 14 junio 2011). ¿A eso lo llamamos inserción en el mundo? ¿Se puede convocar solo desde la ciencia y la tecnología al futuro? El reduccionismo del discurso convocante transita por lugares ambiguos. El desarrollo de la ciencia y la ideología del momento construyen los sentidos que marcan el devenir de las disciplinas y el significado del conocimiento producido. Como cualquier producto humano, la ciencia, nunca pudo escapar a ese cerrojo. La actual celebración del instrumento científico no “derrumba estrepitosamente los paradigmas que colonizaron culturalmente a la región y a nuestro país”. Más bien, fortalecen esos paradigmas en tanto no sean reformulados desde otro lugar externo a la ciencia  en las premisas actuales de la política, la ciencia y tecnología, cuando se enuncia como fundamento del bienestar social.

El futuro


Por eso es deseable que la sociedad se apropie del espacio público donde ese conocimiento es expuesto, pero también es necesario que se apropie de la discusión de sentido y pregunte de dónde viene y a dónde va ese conocimiento que construye armas, contaminacion y control de vida y no quedar detenidos solo en el reflejo de una imagen construida. Porque seria deseable –y sin duda más útil para el ciudadano- que al explorar el para qué y porqué del origen del conocimiento, y entendiendo su relación con el poder global, comience a debatir su devenir histórico e ideológico, interviniendo en la discusión de los costos que implica su adquisición y su uso.
Si una política científica emancipadora debe apuntar a la construcción de contenidos que busquen el bienestar del pueblo partiendo de sus necesidades y cuidado de su futuro, hay muchas preguntas que deben ser contestadas en el trayecto emancipatorio. Cómo se define el bienestar en el modelo presente, cuál es el impacto social y económico y sobre la calidad de vida, qué efectos tiene sobre el mundo del trabajo, la seguridad y la soberanía alimentaria. Dónde están los criterios autónomos de apropiación del conocimiento y la protección estratégica de nuestros territorios que permitan navegar un planeta cada vez más necesitado de espacio desaloja vida, ávido de controlar los recursos que una modernidad agotada. No hay  gesta emancipadora en la producción de saberes a medida del mercado global. Es ingenuo pretender que Tecnópolis sea el símbolo de un relato o mito fundante de una modernidad que ya fracasó en su centro. Porque aunque tenga una patina neo-desarrollista tardía, la sartén sigue siendo la misma. Sería tiempo de comenzar a pensar lo más importante. Que mundo queremos y podemos tener y cuál es el rol de la ciencia y el científico en ese mundo, mas allá de insistir copiar modelos que nos dominaron durante 400 años . Paradojalmente mientras la democratización de la ciencia, la independencia del científico y la participación de la sociedad en la comunicación es un debate que circula y crece en el mundo de los pueblos excluidos, aquí enmarcamos el conocimiento con criterios hollywoodenses.
En síntesis las instituciones de la ciencia argentina abren sus puertas y ceden ante la extranjerización de la decisión política, incrementan el panóptico del mercado mediante la concentración de prestigio y recursos en los “pooles de ciencia” y profundizan la internacionalización y mercantilización del conocimiento, tanto en el desarrollo de proyectos como en las modalidades y usos institucionales que dispersan el pensamiento autónomo. Por lo tanto. “la colonización científica de criterio, de prestigio, valores e ideales que están dados por patrones exteriores aceptados sin análisis por puro seguidismo e imitación” (Varsavsky, 1968) sigue su marcha. ¿Será soportable la intemperie del poder, la incomodidad de la confrontación o la renuncia a privilegios para pensar en la emancipación recuperando el sentido de nuestro futuro? ¿Cómo hacer que los biólogos moleculares dejen de jugar a los dados con la naturaleza y de vender espejos de colores? ¿Cómo hacer que los científicos recuperen en los contenidos y modos de conocer la naturaleza el espacio para desafiar la idea de “progreso” instalada por la globalización con nuevos modos coloniales? Este es el desafío. Decía Rodolfo Walsh: "El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país, es una contradicción andante y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto, pero no en la historia viva de su tierra".

Andres E. Carrasco. Profesor UBA. Investigador Principal CONICET.

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