(Reflexiones sobre el reportaje en Pagina 12 a Alberto Kornblihtt
realizado el domingo 22 diciembre 2013)
Muchos los biólogos moleculares y sus primos los
biotecnólogos, suelen incurrir con ímpetu, en gruesos errores conceptuales que
hacen que la ciencia no pase por su mejor momento en la percepción social. En
nada ayuda la prensa oficial u opositora (de acuerdo en estos menesteres) que
han cerrado todas las ventanas de debate entre aquellos que opinan sobre el
modelo productivo y/o los organismos genéticamente modificados. Un ejemplo, es
el blooper cientificista que sostiene que el desarrollo
científico de la biología molecular y la secuencia del genoma humano han demostrado científicamente que las razas no
existen. Esta afirmación reduccionista es una muestra de cómo se ignoran las
diferencias existentes entre poblaciones humanas con historias evolutivas
diferentes que es sostenida por una concepción omnipotente que apela a explicar
problemas ideológicos comparando las secuencias de ADN de los genomas.
La idea de raza nunca fue un concepto originario de
la biología sino que fue oportunamente creado e introducido con teorías “ad hoc” por el racionalismo y positivismo
europeo como necesidad de la conquista de los espacios coloniales a partir del
siglo XVI.
Si en el siglo XIX, el
determinismo genético de Galton y Lombroso, por nombrar solo a dos, fracasaron
en su intento de legitimar y clasificar
la especie humana, desmentirlos comparando genomas, es una ingenua paradoja
reduccionista del mismo tipo que no alcanza para superar la vergüenza de la
discriminación concebida para el genocidio y el saqueo.
Sin embargo otras imposturas y excesos, mas
específicos, han ido erosionando la percepción social de la ciencia como
sistema explicativo del mundo.
1) Los OGM, hoy en el ojo de la tormenta, nos vuelven
a traer esa extraña y cada vez mas transparente relación del pensamiento
biológico reduccionista con la ideología que preside la hegemonía neoliberal en
esta etapa. La necesidad de instalar desde la ciencia, un relato legitimador que
desmienta cualquier impacto de los OGM en la naturaleza, que sostenga la equivalencia
entre alimentos no modificados y los OGM, que los defina como nuevas
variedades, es la verdadera razón de los silencios sobre la complejidad del
genoma y las consecuencias de interferir en ella
Para cerrar ese relato, se suele apelar a denominar a
todos aquellos que defienden el principio
de precaución del impacto tecnológico, de “ambientalistas anticientíficos”. En realidad definir sin
fundamentos y desde el podio político, quien tiene un pensamiento científico o
anticientífico, es un signo de dogmatismo cerril que paradojalmente interpela
la propia seriedad del juicio del que lo emite.
Debemos recordar que en las primeras décadas del
siglo XX, el prestigioso Cold Spring Harbor Laboratory fue un instituto dedicado
promover el muy colonial invento de Francis Galton: la eugenesia. Su propósito era “actuar como grupo de presión a favor de una legislación eugenésica
para restringir la inmigración y esterilizar a los defectuosos, educar a la
población sobre salud eugenésica y propagar las ideas eugenésicas”
Mas tarde el dogma central de la biología, de
mediados de siglo XX, reforzó las tendencias impuestas desde una genética que
había apostado fuertemente a conceptos reduccionistas y que permitían creer que
los organismos podían ser “mejorados” manipulando el ADN con la intervención de
las técnicas de la naciente biología molecular. (Miranda y Vallejo, Historia de
la eugenesia. Argentina y las redes biopolíticas internacionales, Ed. Biblos,
2012). Esta mirada constituía la representación, que Fox Keller (1995) denomino
“discurso de acción de los genes”, y
retomaba la idea eugenésica, dejada de lado con vergüenza ante los horrores de
la 2da Guerra Mundial, de que todo lo que había comprender acerca de los seres
vivos está contenido en la secuencia del ADN y por lo tanto era posible (y
deseable) “mejorar” los organismos. Un mundo biológico en el que imperaba la
noción de que ningún problema “está por fuera” del análisis de los genetistas y
de la secuencia del ADN.
En este marco se excluían la relación entre núcleo y
citoplasma, de la célula en el contexto del tejido y órgano y de la dimensión
temporal en los procesos del desarrollo para explicar la expresión de los
genes, como también excluía el papel del ambiente externo. Autores como Stephen
Gould, Richard Lewontin o Steven Rose, señalaron que los factores externos son
parcialmente consecuencia de las actividades del organismo, que produce y
consume las condiciones de su propia existencia, de modo que los organismos
no solo ocupan el ambiente donde se desenvuelven sino que ellos lo crean (Lewontin,
1998). Por lo tanto si admitimos que lo interno y lo externo son parte de la
modelación y co-determinacion del organismo, es inaceptable la pretensión de
que la sola estructura de la secuencia del ADN y su división en “genes
discretos y autónomos” constituye la clave central para comprender y/o predecir
cómo se comportará un sistema biológico.
Por eso decir que el “ambiente interactúa con el gen” es insuficiente. No se desmarca
del determinismo clásico y no incluye interpelación alguna a la concepción
reduccionista en biología. Sigue siendo una idea mecanicista que ignora el
concepto de “fluidez del genoma” en la cual los genes pierden su definición
ontológica y pasan a ser parte de una complejidad relacional que desafía toda linealidad
jerárquica de la genética clásica para reemplazarla por una red funcional
compleja que empezamos a vislumbrar después de 20 años de lanzada la idea de “genoma
fluido”. Decía Evelyn Fox Keller en su libro El Siglo del Gen
“El gen ha
perdido buena partes de su especificidad y de su agencia. ¿qué proteína debe
hacer un gen y bajo que circunstancias? ¿Y como elige? De hecho no lo hace. La
responsabilidad de su decisión esta en otro lado, en la compleja dinámica
regulatoria de la célula como un todo. La señal (o señales) que determina el
patrón especifico que habrá de seguir la transcripción final proviene de estas
dinámicas regulatorias y no del gen en si mismo” (Keller, 2000).
Por eso punto de partida para contemplar la
complejidad de un organismo y sus flujos de información, es el fenotipo y no el
genotipo de la genética mendeliana. Allí están como ejemplos de complejidad entre
otros: los cambios controlados durante
desarrollo de ADN (amplificación o reducción) en células embrionarias normales
bajo la regulación del medio celular, la herencia epigenética
transgeneracional, o la red de procesos regulatorios moduladores (citoplasmático
y/o nuclear) de los productos de la transcripción, que sostienen la
variabilidad de los fenotipos. Todos ejemplos de “fluidez” del genoma donde los
genes aparecen subordinados a las señales celulares para esculpir cada fenotipo.
2) Los sectores que defienden la modificación
genética de organismos (OGM), asumen como cierto que los OGM tienen los mismos
comportamientos a los observados en el laboratorio cuando son liberados en la naturaleza. es decir que son equivalentes a los no-OGM.
Afirman que los OGM “son naturales” y que “son
nuevas variedades” asumiendo que la técnica experimental empleada es
precisa, segura y predecible y que es equivalente al mejoramiento clásico de la
agricultura.
Esto es un grueso error y muestra un “desconocimiento”
por parte del campo biotecnológico de las teorías y conocimientos de la biología
moderna. En la concepción de los OGM, subyace la ausencia de considerar el rol del tiempo en la génesis de la
diversidad y la valoración de los mecanismos naturales que la sostienen. Tanto
en el proceso evolutivo como las variedades de las especies se sustentan en la
reproducción sexual, la recombinación de material genético, y mecanismos biológicos y ambientales que
regulan la fisiología del genoma.
En nuestro entender es crucial entender que en
cualquier modificación el genoma (transgénica o no transgénica) desaparecen: el
tiempo biológico necesario para
estabilizar las variedades y el proceso evolutivo y la historia de la especie, que si se conservan en el mejoramiento por
los métodos clásicos. Se anula la variable tiempo
apelando la instantaneidad de la manipulación del genoma con el objeto de
obtener “nuevas variedades”. Esto hizo decir a un ministro que “la transgenia
acelera la evolución” (incluyendo su control) en un revival del debate del
siglo XIX entre el “fijismo” de Cuvier con el “transformismo” de Ettiene
Geoffroy Saint-Hilaire.
Por eso empeñarse en insistir que los procedimientos
de domesticación y mejoramiento de especies alimentarias pueden ser equiparados
con las técnicas de modificación genética de organismos por diseño (OGM)
planteadas por la industria, es, una vez mas, una idea reduccionista poco
aceptable en estos tiempos. Proclamar que el mejoramiento realizado por el
hombre durante 10.000 años en la agricultura y la modificación por diseño de
laboratorio (OGM) son exactamente lo mismo, tiene la pretensión de olvidar que
la cultura agrícola humana ha respetado esos mecanismos naturales durante ese
tiempo seleccionando nuevas variedades de poblaciones originadas por
entrecruzamiento hasta encontrar y estabilizar el fenotipo adecuado.
Pero mas importante es que el mejoramiento no es
consecuencia del simple cambio de la secuencia del ADN, o de la incorporación o
perdida de genes, sino la consolidación de un ajuste del funcionamiento del genoma como un todo y que hace a la
variedad útil y predecible (por eso es una variedad nueva). Este ajuste puede
involucrar genes asociados al nuevo fenotipo pero acompañados principalmente
por muchos “ajustes fluidos” de carácter epigenético y que en su mayoría
desconocemos. Entonces, una nueva variedad representa una mejora integral del fenotipo para una condición determinada donde
seguramente todo el genoma fue afectado con un ajuste fisiológico de su “fluidez”
sin modificación de secuencias.
Esta nueva “genética” no es tenida en cuenta en el
análisis, proyección y riesgos de los OGM ya que este marco conceptual un gen o
un conjunto de genes introducidos en un embrión vegetal o animal en un laboratorio,
no respeta, por definición, las condiciones naturales de los procesos de biológicos
naturales de regulación y “ajuste fino” epigenético que conduce la construcción
de los fenotipos en la naturaleza, como sucede en el mejoramiento, la evolución
de los organismos o génesis de nuevas variedades.
En realidad la tecnología OGM viola procesos biológicos usando procedimientos rudimentarios,
peligrosos y de consecuencias inciertas que supone mezclar material genético de
distintas especies. La transgénesis no solo altera la estructura del genoma
modificado, sino que lo hace inestable en el tiempo, produce disrupciones o
activaciones no deseadas de genes del huésped pero mas importante afecta con
directa o indirectamente el estado funcional de todo el genoma y las redes regulatorias
que mantiene el equilibrio dinámico del mismo, como lo demuestra la variación
de la respuesta fenotípica de un mismo genotipo frente a los cambios
ambientales.
La ignorancia de la complejidad biológica (hoy hablamos de desarrollo embrionario, evolución
y ecología como dimensiones inseparables de un sistema integral) se percibe
en la presencia de un insumo teórico: la dimensión ontológica asignada al gen
por la herencia mendeliana y el reduccionismo determinista. No revisar el
concepto clásico del gen entendido como unidad fundamental de un genoma rígido
concebido como un “mecano”, como una máquina predecible a partir de las
secuencias (clasificación) de los genes y que sus productos que pueden ser
manipulados sin consecuencias, expresa
el fracaso y la crisis teórica de 200 años del pensamiento reduccionista,
largamente interpelado por Stephen Jay Gould, Richard Lewontin, Steven Rose,
Eva Jablonka, Mae Wan Hoo, Terje Travick entre otros. Y también la
insistencia en considerar a los OGM como variedades naturales en lugar de
entenderlas mas bien como cuerpos extraños, que instalados por la mano humana
en la naturaleza alteran el curso de la evolución. Es allí que la capacidad de
manipular e interferir el genoma se transforma en el deseo, preciso para la
omnipotencia.
Debería recordarse que la complejidad no es un
capricho de naturalista, sino una configuración integral de la naturaleza. Y
que en el proceso de conocerlas, desarmar lo natural “para su comprensión” es
cada vez mas insuficiente. Porque en el “desarmar”, se pierden las propiedades
emergentes de organismos vivos.
Nigel Goldenfeld y Leo Kadanoff realizan una sensata
exhortación al analizar sistemas complejos: “Hay
que utilizar el nivel de descripción mas adecuado para captar los fenómenos que
son de nuestro interés. No tiene sentido realizar modelos de maquinas
excavadoras con quarks”. Aun cuando es cierto que todas las propiedades de
una maquina excavadoras son el producto de las partículas que la constituyen,
como quarks y electrones seria inútil pensar acerca de la propiedades de una
excavadora (forma, color, función) en términos de esas partículas. La forma y
función de una maquina excavadora son propiedades emergentes del sistema en su
conjunto. Entonces del mismo modo que no pueden reducirse las propiedades de
una excavadora a las de los quarks, tampoco pueden reducirse los complejos
comportamientos y rasgos de un organismo a sus genes.
En esta misma dirección Marx sostuvo que “a partir de cierto punto, las diferencias
meramente cuantitativas pasan a constituir cambio cualitativos”.
El atractivo del determinismo radica en que ofrece
explicaciones científicas creíbles a las contradicciones civilizatorias
generadas por el capitalismo. Si los OGM son plenamente aceptable en su
explicación científica no tenemos que pensar en los efectos a mediano plazo
sobre el medioambiente, biodiversidad, salud humana, efectos socioeconómicos,
etc. Ni lo que ellos representan en términos de negocio global de alimentos, la
apropiación, privatización y monopolio de las semillas por parte de las grandes
transnacionales, ni la desigual de ingresos. El mismo análisis podría aplicarse
a la medicalización que impulsa la industria farmacéutica. Queda claro que
estas intervenciones capitalista no pueden sostenerse con una explicación
científica simple y errónea y por tal termina alejándose de la rigurosidad de
la ciencia.
Si la ciencia es una formación histórica y refleja un
proceso social al debe su propia existencia, es claro que “el determinismo biológico es una ilusión socialmente necesaria fundada
en la mera apariencia” (Roberto Schwarz)
Por todo esto se pretende que la transgénesis,
evitando el debate sobre la lógica que la sostiene, haga un cierre virtuoso de
una tecnología que nació en los laboratorios para comprender limitados procesos
a nivel molecular y poder expandirlos en la propia naturaleza sin criterios
creíbles e predecibles. El proceso de generación de organismos, repetimos, es
inasible, podemos estudiarlo, pero no es muy lucido llevarse puesto los limites
que la fisiología del genoma “fluido” viene mostrando.
Alterar un organismo con un pedazo de ADN propio o
ajeno no es fisiológico y usar el medio ambiente natural como laboratorio una
perversión inaceptable. Así lo muestra el perfil de proteínas de maíz GM
(MON850) que presenta 16 proteínas diferentes comparado con la expresión
proteica del maíz no-GM. (Agapito Tenfen et al, 2013).
Recientemente nuevos intentos comienzan a ampliar el
menú tecnológico de los OGM como la cisgenia, con la intensión de correrse de
la critica cada vez mas generalizada a la transgenia. La cisgenia aplicada en
algunos alimentos buscan, anulando funciones de genes específicos, nuevos
fenotipos sin introducir material genético extraño en el genoma. La cisgenia es
una manipulación de la regulación génica, insistiendo en que son procedimientos
semejantes a lo que sucede en la naturaleza. En realidad la intervención externa
en el genoma existe y se le aplican los mismos criterios de lo expuesto mas
arriba. Sin embargo como en el caso de la transgenia introducir un desarreglo
regulatorio puede provocar alteraciones impredecibles en el marco de esa sinfonía
molecular insustituible para la supervivencia de la vida del genoma fluido. Aun así, las explicaciones
“científicas” siguen, asumiendo al igual que en la transgenia, el hombre es
capaz de acelerar la evolución ignorando los mecanismos que la presiden:
recombinación y reproducción sexual.
3) Los científicos defensores de los OGM, atraviesan
esta etapa, que los expone afuera del laboratorio, con la ansiedad de no perder
protagonismo. La necesidad de legitimar la tecnología, se transforma en una
pulsión, anticientífica y dogmática. Mas aun, la afirmación de que el problema no
esta en la técnica sino en su uso, es
doblemente preocupante porque además de no asumir el pensamiento reduccionista
que los preside, oculta la creciente subordinación y fusión de la ciencia con
poder económico revalidando las bases
cientificistas productivistas y tecno-céntricas que emanan de neoliberalismo
en su versión actual.
La legitimación recurre a la simplista idea de que la
tecnología por ser neutra y universal
representa siempre progreso. Y que
si algo falla es debido a la intromisión de un impredecible Dr. No que la va usar mal y que
cualquier posible daño derivado de la misma, será remediado en el futuro por
otra tecnología mejor o por el ingenuo argumento de la regulación del Estado aunque
sepamos que este es socio promotor de los intereses que controlan el desarrollo
científico en nuestros países. Prefieren desconocer que las tecnologías son
productos sociales no inocentes, diseñadas para ser funcionales a cosmovisiones
hegemónicas que le son demandadas por el sistema capitalista. Decir que los
problemas “no tienen que ver con la
tecnología transgénica” y que los que se oponen “están minando las bases de la ciencia” es parte de la predica, “divulgación”
y diatriba contra el “ambientalismo”.
Biólogos moleculares del CONICET y sus adyacencias, el
ambientalismo, no es una mala palabra o una postura caprichosa consumada por
eco-terroristas delirantes. Es una posición ideológica que perfora el
dogmatismo científico legitimante.
El circulo del proceso legitimador se cierra al
ocultar el condicionamiento y cooptación de instituciones como las universidades
y el sistema científico, por fuerzas económicas y políticas que operan en la
sociedad. Logran, así, el merito de ser la parte dominada de la hegemonía
dominante.
Nos quieren hacer creer que todo es técnico,
disfrazando la ideología de ciencia o mejor suplantándola con una ciencia
limitada y sin reflexión critica. Una manera de abstraerse de las relaciones de
fuerza en el seno de la sociedad, poniéndola al servicio del poder dominante. Mientras
tanto en el colmo de su omnipotencia auguran catástrofes de todo tipo si la
sociedad no asume con reverencia que este es
el único camino posible para el “progreso”. El planeta es para ellos
infinito y los “ambientalistas” retrógrados. Eso si mientras tanto disfrutan
del momento actual, aceptando “participar” del diseño del mundo y de la
sociedad futura. Son parte del poder. Que se les puede pedir. Honestidad en sus
dichos? Son los expertos que burocráticamente diseñan consciente o
inconscientemente, el mal y banalizan la ciencia.
La agricultura industrial promovida no solo mecanizo,
lleno de agroquímicos el ambiente y mercantilizo la producción global sino que
requirió de una ciencia que legitimara los procedimientos usados para la
modificación genómica avalados por intelectuales protegidos en sus
“prestigios”.
La denuncia del colonialismo genético no solo sostiene
que los nuevos conocimientos de la ciencia desafían la integridad de los
ecosistemas, promoviendo saberes fragmentarios. El colonialismo genético marca con
claridad la distancia existente entre la lógica de los procedimientos de
manipulación genómica y el conocimiento genético actual.
Es por esto que la transgénesis como procedimiento
industrial volcado en la naturaleza, tiene poco de científico y no se sostiene
por rudimentario.
Las tecnologías “de punta” para generar OGM no solo
colisionan con saberes ancestrales, sino con las miradas actuales sobre la complejidad biológica que circulan en el
campo de la biología. Esta fragilidad conceptual interpela el soporte científico
de la transgénesis y la desplaza del terreno de la ciencia.
Otro factor es que la tecnología en cuestión ha sido
y es dirigida por la voluntad del capital que las hace posible. No son productos
del desvío o extravío de una corriente neutral o virtuosa del desarrollo
científico sino parte de una concepción ideológica y de intereses que avanza
hacia construcción de una naturaleza artificial sobre el sacrificio en el altar
de la apropiación.
Al ser la ciencia y la tecnología determinadas por
las fuerzas del mercado productos no azarosos en su devenir, ni neutrales en su
intención, hace necesaria la participación reflexiva de la sociedad para
combatir los sentidos que amenazan la preservación del mundo natural.
4) En la Argentina, el alarde desmedido muestra la actual
falla epistemológica del pensamiento científico critico en el marco del
análisis de las teorías actuales. El “avance tecnológico” incursiona en la
naturaleza aplicando procedimientos inciertos que simplifican la complejidad de
los fenómenos biológicos para “vender certeza” y proponer, por ejemplo, desde
el sector privado (Truco y Grobocopatel de Bioceres) acompañados por el
entusiasmo de entre otros, de Néstor Carrillo y Raquel Chan, investigadores superiores
del CONICET, la transformación de la
naturaleza en una “factoría” de productos, donde las plantas serian sustitutas
de procesos industriales.
Una verdadera naturaleza artificial funcional y
necesaria para los grandes negocios. Hay en todos estos discursos, mucha
ambición, soberbia, una pobre comprensión de la complejidad biológica y poca
ciencia. Hay grandes negocios y un enorme relato
legitimador que los científicos honestos no podrán evitar interpelar,
aunque las empresas transnacionales compren todas las editoriales de revistas científicas
o bloqueen las publicaciones y las voces que interpelan el sentido de la
ciencia neoliberal-productivista.
La ciencia, su sentido del para que, para quien y
hacia donde está en crisis y nosotros en la patria grande no podemos fingir
demencia si queremos sobrevivir soberanamente.
ANDRES CARRASCO
INVESTIGADOR del CONICET